viernes, 23 de agosto de 2013

Sobre dos ganadoras del Festival de Lima: “La jaula de oro” y “Heli”


 

Las dos películas estuvieron entre lo más destacado de la competencia de ficción que tuvo la última edición del Festival de Lima. La jaula de oro se aproxima, como ya lo hizo hace varias décadas Luis Buñuel con su clásico mexicano Los olvidados, a niños que viven en medio de la miseria y la injusticia más implacables. Tres menores de edad, una que cubre su femineidad con una apariencia masculina, otro de actitudes impulsivas y rudas, y uno de raíces indígenas, que habla una lengua incomprensible para sus compañeros, inician un viaje para cruzar la frontera con Estados Unidos.  

En la opera prima de Diego Quemada-Díez, aquellos personajes conforman un triángulo amoroso que, sin embargo, a la vez les hace posible la sobrevivencia, ante los actos abusivos de la policía o de grupos delincuenciales. Los encuadres se movilizan con un leve temblor y sigue a los tres niños como si estructuraran la mirada de otro personaje más, que los acompaña con afecto. Las imágenes fluyen espontáneamente y sin mayores acentos fotográficos o sonoros, concentrándonos en la relación maternal que establece la niña con los dos muchachos. Ella trata de mantenerlos juntos para lograr el sueño americano, a pesar de los celos que se apoderan de ellos por desearla.

Lo mejor de la película son las interpretaciones (a pesar que los actores no son profesionales) y los vínculos que se establecen entre los personajes. La niña no comprende las palabras que emplea su amigo indígena, sin embargo hay una comunicación tierna entre ambos, en la que interfiere el otro amigo, quien emplea incluso la violencia para interrumpirla. No obstante, ella mantiene el control. Una vez que se desvanece la figura de la menor de edad, los vínculos emocionales de los dos chicos, sorpresivamente, se vuelven entrañables. Por eso, al final de un viaje emocionante y trágico, se ve a uno de los personajes trabajando en una carnicería y, finalmente, mirando el cielo, como viendo entre la noche los rastros de sus compañeros. Es una secuencia conmovedora, que transita de la crudeza a la nostalgia. La jaula de oro es la descarnada historia sobre una amistad que sueña con una fantasía migratoria, mientras deambula por el infierno.


 
Heli, por su parte, muestra ese “cine de la crueldad” que pudimos hallar en trabajos anteriores de Amat Escalante, aunque con una puesta en tensión de dos mundos contrapuestos, que terminan confundiéndose. Por un lado, está el mundo doméstico en el que vive un personaje llamado justamente Heli, quien vive con su familia, que incluye una hermana púber que recibe a su novio en un cuarto de decoración infantil. Dicha pareja, por su parte, viene de otro mundo, uno disciplinado y policial, en el que se entrena y da a su cuerpo movimientos maquinales y perfectos, como los personajes militares de Full metal jacket de Kubrick o Beau travail de Denis.

Uno es el mundo de la familia y la inocencia, el otro es el de la ley y el orden. Pero lo que va narrando a continuación la cinta es cómo el segundo mundo contamina al primero, a pesar que es el creado para defenderlo: el novio de la niña tiene contactos con el narcotráfico, y, de pronto, los seres queridos de Heli son atacados salvajemente por unos tipos vestidos como agentes policiales, que en realidad son emisarios de un grupo dedicado al negocio de la droga.

Es cierto que la resolución de aquella secuencia roza el ridículo, con los “policías” ingresando al domicilio de forma tan aparatosa que incluso le quiebran el cuello al perrito de la niña, representados así como villanos de maldad caricaturesca. Sin embargo, la película le da después un mayor sentido a la violencia que grafica. La niña es secuestrada y vemos que su novio y Heli son torturados en frente de niños que juegan playstation, y que incluso aprovechan para grabar con sus celulares la sesión de golpes y quemaduras a la que someten a dichos personajes.

Heli es una narración salvaje sobre la pérdida de la inocencia. Pero no sólo sobre la inocencia infantil, ante la familiaridad del horror, sino también sobre aquella del hombre común y corriente que cree en las instituciones. El protagonista sobrevive a las vejaciones de las que fue objeto, y en medio de la búsqueda de su hermana, la amenaza del mal infecta las imágenes cotidianas. La secuencia de torturas nos coloca ante la posibilidad de que el mal nuevamente aparezca, o empiece a aflorar retorcidamente: entre los juegos mecánicos de feria, o en las luces automovilísticas, que se reflejan en las lunas del vehículo de una detective policial. Ésta, le enseña a Heli sus senos de dimensiones casi monstruosas, pidiendo favores sexuales a cambio de hallar a su hermana. La investigadora le pide que bese sus pechos, como emulando un rol materno, y es que el mal en la película es un virus que se aloja en las figuras protectoras.

Por ello, el personaje principal de la cinta descubre que sólo le queda ser parte del mal para encontrar justicia. Por venganza, se mancha las manos de sangre, y mira el cielo estrellado, como sintiéndose Dios. Finalmente, va donde su pareja, le arranca la ropa y la folla en acto catártico, mientras su hermana menor, ya de regreso y muda por los abusos sufridos, escucha los gemidos de una adultez que ya aprendió a envilecerse.

domingo, 18 de agosto de 2013

El Festival de Lima 2013 en 209 palabras



Estas son algunas impresiones de lo que he podido ver en la última edición del festival, en muy pocas palabras.

La mejor película de la competencia de ficción: “La jaula de oro”, seguida de cerca por “Heli” y “Tanta agua”.

Una película casi horrorosa en la competencia de ficción: “Roa”

Películas ciertamente atractivas en la competencia de ficción: “La paz”, “Wakolda”, “El verano de los peces voladores” y “El sonido alrededor”.

Una película impactante y sólida en la competencia documental: “I will be murdered”

Un plomazo en la competencia documental: “La chica del sur”.

Dos revelaciones en el cine latinoamericano:  “Soy mucho mejor que vos” de Che Sandoval y “Solo” de Guillermo Rocamora.

Películas que, si no las han visto aún, deben obtenerse en la página o pasaje que sea: “Nebraska” de Alexander Payne, “The lunchbox” de Ritesh Batra y “El policía” de Nadav Lapid.

Dos fraudes cinematográficos: “Spring breakers” de Harmony Korine y la secuencia de Edgar Pera en “3X3D”.

Películas que se pudieron volver a ver y que, si no las han visto aún, deben verlas: “La ceremonia” de Chabrol, “Ella se llama Sabine” de Bonnaire y “A nuestros amores” de Pialat.

Dos grandes pasajes: las secuencias de Godard y Erice en “3X3D” y “Centro histórico”, respectivamente.

La mejor película que he visto en el marco de todo el festival: “Las historias que contamos” de Sarah Polley.

jueves, 15 de agosto de 2013

Festival de Lima: El amor cortés de “The Lunchbox”


Esta película hindú de Ritesh Batra es un melodrama ambientado en una India contemporánea, pero cuenta un romance que parece de otro siglo, de tiempos lejanos, marcado por formas anticuadas. Una joven mujer casada, de nombre Ila, envía a su esposo una lonchera a través de un sistema de delivery que, por error, la deja a un señor viudo y de edad madura, llamado Saajan. Aquella falla da lugar a que entre ambos se inicie una correspondencia por escrito, en hojas de papel que se guardan en cada entrega del recipiente de comida.

Así, surge una atracción entre ambos, en medio del descontento, de la insatisfacción por un marido infiel y de la soledad por la pérdida de la esposa. Los protagonistas de The Lunchbox sienten que su vida se ilumina gracias a las cartas. Esa emoción que se apodera de ellos empieza a ser notada por dos personajes cómicos, una mujer mayor y gritona y un empleado impertinente y excéntrico. La película, así, oscila entre el verbo humorístico y la fantasía platónica, expresada en encuadres sobrios y apenas acentuada por los actores, con gestos sutiles pero poderosamente sugerentes.

Hay varias escenas formidables, como aquella en que, después de numerosas comunicaciones en papel, Saajan decide buscar y ver a Ila, pero sin atreverse a hablar. Él, al sentirse demasiado viejo para ella, prefiere comportarse como un caballero andante, de aquellos que sólo podían amar a la distancia, viendo a su amada de lejos, sintiéndola como un objeto inalcanzable y sublime. Por eso, The Lunchbox, una de las cintas de ficción más atractivas que he podido ver hasta la fecha en el festival, es la historia de un amor cortés, que nace con los modos de épocas perdidas.   

miércoles, 14 de agosto de 2013

Festival de Lima: “Nebraska” de Alexander Payne

En el cine de Payne es común que los personajes emprendan viajes en los cuales busquen rastros de sus lazos afectivos. Nebraska es una road movie en la cual un joven acompaña a su padre, de avanzada edad, en la supuesta búsqueda de un premio que asciende a un millón de dólares. La fotografía en blanco y negro, así como los encuadres de movimiento sosegado, le dan inicialmente a la película un tono lánguido y otoñal. Sin embargo, Woody, el personaje del hombre mayor interpretado formidablemente por Bruce Dern, tiene un espíritu casi adolescente, a pesar de sus problemas de memoria, de sus achaques y desvaríos. Bromea sobre las mujeres, toma cerveza o se asoma a ver algún viejo amor.
Los diálogos en Nebraska se encuentran entre lo mejor de la película, y dibujan ese lado juguetón pero a la vez nostálgico de los personajes de la “tercera edad”. En una escena, la esposa de Woody se encuentra ante la tumba de un antiguo galán, se alza la falda y le “muestra” la entrepierna, “recordándole” de lo que se perdió al no lograr conquistarla hace varias décadas. Esa secuencia sintetiza muy bien la propuesta de la cinta: acercarse a seres que sienten la cercanía de la muerte, pero que están dispuestos a gastarle bromas mientras “reviven” un pasado ya lejano, en sus viajes por la carretera.  

martes, 13 de agosto de 2013

Festival de Lima: 3X3D de Greenaway, Godard y Pêra

Los tres directores exploran el 3D para hacer un cine personal y que reflexiona sobre su propio modo de proyección. Peter Greenaway hace las veces de un invocador de espíritus. Como el Sokurov de El arca rusa, recorre un museo para revivir las almas que la habitan. La visión tridimensional le sirve al realizador británico como un método que dota de nueva vida a los personajes célebres que cada rincón trae a la memoria. Incluso, los datos históricos de cada uno de ellos, así como sus frases más populares, se convierten en una destellante tipografía, que avanza hacia nosotros con paso fantasmal.
Por su parte, Jean-Luc Godard deviene en un ensayista sensorial. Alterna o combina imágenes de archivo y 3D, recorre fotos o escenas de películas o realizadores emblemáticos, para pensar sobre la evolución de la imagen, que desemboca en lo que él refiere como la “dictadura de lo digital”. Los diversos encuadres van alterando sorpresivamente nuestra visión, la sacuden, porque el director francés, en gesto brechtiano, y como ya nos tiene acostumbrados en muchos pasajes de su cine, quiere que vayamos más allá de la percepción de la imagen para pensar sobre ella. Así, escuchamos sus ideas en una voz pausada y raspante, que anuncia serenamente el apocalipsis del cine tal como lo solíamos conocer.
Finalmente, Edgar Pêra se “convierte” en un teórico de cine que, de pronto, se le ocurre dirigir una película kitsch. Por medio de personajes que ven una pantalla o salen de ella (como los de Sherlock Jr., La rosa púrpura del Cairo o El último gran héroe), un sujeto reflexiona históricamente sobre los tipos de espectador cinematográficos, con imágenes pretendidamente cómicas que se van tornando cada vez más ridículas y estrafalarias. Vaqueros, alienígenas, brujas y otros personajes del imaginario fílmico aparecen, rayando la huachafería y sin mayor gracia, en una sala de cine, para atacar a quienes están en sus butacas. Imagínense: es casi, casi, casi, como estar viendo Risas y Salsa o Recargados de risa pero con “buena factura” y humor académico. Lástima que 3X3D acabe de forma tan horrorosa.   

domingo, 11 de agosto de 2013

¿Un cementerio para el cine peruano?




La opera prima de Dorian Fernández-Moris, Cementerio General (2013), busca darle un toque local a aquel cine de terror de sujetos con cámara en mano, de found footage, de ficción que se camufla de estética documental, tan de moda desde hace algunos años gracias al éxito de Actividad paranormal (2007), aunque también claramente inspirado en El proyecto de la bruja de Blair (1999). La cinta peruana va contando los espeluznantes sucesos ocurridos a partir de un juego de ouija, con el que una adolescente, junto con su pequeña hermana y algunos amigos, trata de contactarse con el espíritu de su padre recién fallecido.
Casi en su integridad, el largometraje lo vemos a partir del punto de vista de un chico voyeur, obsesionado con llevar siempre su cámara, y registrar todo lo que ocurre a su alrededor. Inclusive, la ropa interior por debajo de faldas colegiales, a la manera de un fan de las panty shots, o el prominente busto escotado de Leslie Shaw. Sea que estemos hablando de películas que encajan o no en el género de terror, los personajes que ven su máquina de video como un medio indispensable para enfrentar la realidad, como una prótesis esencial ante la vida, tienen una construcción especial. Pueden ser perversos con la representación de lo tanático, como aquellos que protagonizan Tres rostros para el miedo de Powell o El video de Benny de Haneke; ser arriesgados con su propia vida en un afán por no dejar de mirar, como los camarógrafos de Rec o El último exorcismo; o también ser ávidos por captar encuentros eróticos, como los que aparecen en Cloverfield o Proyecto X.
El teenager fisgón que vemos en Cementerio General es apenas un débil esbozo, una tenue sombra, un vago reflejo, de algunos de los “hombres de la cámara” antes descritos. Es difícil creer que un chico así de tembloroso y llorón, tan emocionalmente frágil en sus gestos, que parece tenerle miedo al cuco más que un niño, pueda estar dispuesto a cargar su cámara sin cesar, a pesar del enfrentamiento con fuerzas ocultas. Lo mismo puede decirse de los otros personajes, que son una caricatura involuntaria y sosa de los personajes arquetípicos de las slasher movies ochenteras: la chica buena y pura, el gordo “lorna” y mala suerte, la mujer voluptuosa y sexual, el adolescente musculoso y básico. Vemos actores que apenas logran repetir mecánicamente los diálogos del guion, casi recitándolos. Quizá por eso algunos de los pocos momentos que tienen algo de gracia son aquellos de humor colegial, de chacota. Como aquel en que uno de los chicos le deletrea las frases fantasmales de la ouija a otro para gastarle una broma, o ese en que se escucha en el cementerio, de sorpresa, “Carmina Burana” de Carl Orff, pero desde el celular de uno de los adolescentes. Y tal vez tienen algo de gracia porque la narración de la cinta es colegial.
En efecto, cuando uno ve toda la secuencia final de Cementerio General, sea la mano fantasmal que emula a la que aparece en La maldición de Takashi Shimizu, o la niña que viene del más allá a cobrar venganza, uno tiene la sensación de estar ante la representación escolar de una fiesta de Halloween. Todo se ve postizo, escénicamente resuelto de forma tosca y apresurada. Al comienzo señalé que la película buscaba un “toque local”, y es porque las imágenes espectrales son tan verosímiles como un disfraz de Azángaro.
Sin embargo, a pesar del desmadre, hay algo que rescatar en Cementerio General. Gran parte de la secuencia de la visita al cementerio está entre los más logrados pasajes que uno puede encontrar en el terror de nuestro país. La cinta llega a funcionar cuando juega más a la sugerencia, a no mostrar, a crear tensión con el fuera de campo. Lo mejor son las imágenes borrosas, agitadas, temblorosas del metraje encontrado, mientras los adolescentes corren y se enfrentan al cuerpo deforme, babeante y poseído de una niña que deambula entre los vivos y los muertos.

martes, 6 de agosto de 2013

Actualizaciones del blog

Pueden estar al tanto de las actualizaciones del blog suscribiéndose a mi página de Facebook (https://www.facebook.com/josecarlos.cabrejocobian). También a través de la página de Facebook y la cuenta de Twitter de la revista "Ventana Indiscreta": https://www.facebook.com/ventana.indiscretaimpresa y @revventanaind.

lunes, 5 de agosto de 2013

Mi blog

Inauguro mi blog, que estará principalmente dedicado al cine, con críticas, ensayos o artículos. A continuación, encontrarán apreciaciones de dos películas de paso reciente por la cartelera (Titanes del Pacífico y El llanero solitario), un texto sobre el realizador norteamericano Andy Milligan, un ensayo semiótico sobre la cinta Videodrome de David Cronenberg, y otro texto dedicado a Vértigo de Alfred Hitchcock, un clásico que ha sido reestrenado hace unas días en la cartelera peruana.

Aprovecho para darle mi agradecimiento a Karla Zavala Barreda, quien diseñó la plantilla de este blog.

Espero que todos ustedes disfruten de este espacio con cada visita.

José Carlos Cabrejo

“Titanes del Pacífico” y “El llanero solitario”: el gusto por el pasado


La mirada de Guillermo del Toro es infantil, como la de los niños que aparecen en Mimic, El espinazo del diablo o El laberinto del fauno, enfrentados a insectos, fantasmas o criaturas míticas. En Titanes del Pacífico (2013) unos sujetos de formación militar se enfrentan a monstruos gigantescos, inspirados en las kaiju eiga, aquellas películas japonesas con humanos absortos ante la presencia de Godzilla, Gamera, Mothra y otros seres mastodónticos.

No obstante, el diseño visual de los robots que pelean contra aquellas impresionantes bestias, así como algunos personajes, más bien parecen extraídos del anime de los setenta. Del Toro no optó por plasmar máquinas humanoides que parezcan de “tecnología moderna”, sino, por el contrario, que obtuvieran los trazos de dibujos animados como Mazinger Z o El festival de los robots. La apariencia, para estos tiempos, extravagante del científico Gottlieb o de Ops Tendo Choi es la que uno puede encontrar en personajes de otras antiguas series animadas japonesas como Meteoro.

Por ello, uno percibe en Titanes del Pacífico, a pesar de su estructura narrativa predecible, un juego de niño. Es como si el realizador mejicano hubiera decidido usar nuevamente sus viejos juguetes de infancia, pero dejándose llevar por su curiosa sensibilidad para hacer cine. Las escenas de lucha son emocionantes y potentes, y, como siempre, del Toro muestra su talento para crear personajes de carisma bizarro, como la heroína voyeur o el rufián de calzado dorado interpretado por Ron Perlman.  
   

El llanero solitario (2013) también está narrada con una mirada infantil. Un niño, fan del mítico jinete enmascarado, escucha fascinado los relatos de un envejecido Tonto (Johnny Depp). Como en la cinta animada Rango, el director Gore Verbinski desarrolla en su última película un festín de escritura cinéfila, y hace un recuento de las películas que ama. El material original que usó el realizador se prestaba para múltiples referencias al western. Aparecen animales que se enfrentan como si fueran los alacranes de una conocida escena de La pandilla salvaje de Sam Peckinpah, o se ven a personajes montando caballo y llevando una sombrilla en el desierto, como el protagonista de El Topo de Alejandro Jodorowsky.

Sin embargo, lo más interesante en El llanero solitario es que acompaña su narración trepidante y cómica, casi de cartoon de la Warner Bros, con otros guiños, que le otorgan una plástica enrarecida y personal. El llanero y Tonto visitan un prostíbulo que parece una alucinada puesta en color de Freaks de Tod Browning. La “mami” interpretada por Helena Bonham Carter posee una pierna protética tan extraña como la que tiene Isabella Rossellini en The saddest music in the world de Guy Maddin, pero funciona como la psicoarma del anime Cobra o la metralleta que usa el personaje de Rose McGowan en Planet Terror de Robert Rodríguez. Uno de los villanos, que gusta vestirse de mujer, parece inspirado en aquellos personajes afeminados y ridículos, de apariencia estrafalaria, que habitan algunas cintas de Sion Sono.  

En otros aspectos, la película de Verbinski se siente  desbalanceada. Toro es un derivado de Jack Sparrow, el popular personaje de la saga Piratas del Caribe. Se porta como un frenético personaje de slapstick que, sin embargo, coloca al protagonista, interpretado por Armie Hammer en un segundo plano, absolutamente opacado y deslucido.
Siendo películas apreciables, aunque sin ser las mejores de Del Toro y Verbinski, Titanes del Pacífico y El llanero solitario son la muestra de directores capaces de crear universos propios en cintas de gran presupuesto, destinadas al mero consumo masivo y familiar.

Andy Milligan: ¿el peor director de la historia?




 
El peor director de la historia del cine. Eso es lo que muchos cinéfagos del mundo piensan. En consecuencia, opinan que Edward D. Wood Jr. no merece tal distinción. Andy Milligan, nacido en 1929, adquirió un cierto reconocimiento en los Estados Unidos con el mediometraje Vapors (1965), sentida mirada a un micro mundo homosexual en blanco y negro, con guiños estéticos al cine de John Cassavetes. Asimismo, dirigió películas de explotación con temática erótica, como  The filthy five (1968), una cinta ahora perdida pero apreciada en su momento por Andy Warhol, y Fleshpot on 42nd St. (1972), que tuvo buena acogida por parte de algunos críticos.

Pero para desdicha de Milligan, hoy algunos lo recuerdan no por sus buenas películas, sino por las malas. Sus películas de terror, entre las que se cuentan  The ghastly ones (1968), The body beneath (1970) y Guru, the mad monk (1970), dieron vida a un “universo Milligan”, poblado de personajes con diálogos que se dilataban hasta el sopor, seres deformes con maquillaje descaradamente postizo, insertos de gratuitas escenas de sexo, y  encuadres que se movilizaban con temblor documental. A pesar del desmadre de la puesta en escena, uno podía encontrar una energía vital en sus personajes, poseídos por una voraz lujuria por la sangre, encarnada con una hiperviolencia cutre y gore.  

Andy es una muestra emblemática de lo que se conoce como cine de serie Z. Se podía dar el lujo de realizar películas de época, ambientadas en el medioevo, con solo 10, 000 dólares o menos. Todos aquellos ingredientes ya mencionados hacían que sus películas adquirieran un acabado más insano de lo previsto por sus erráticos guiones. En medio de una galería de ojos perforados, cuellos acuchillados y manos mutiladas con generosas explosiones de pintura roja, las criaturas de Milligan exhibían una naturaleza perversa pocas veces vista en el cine. En una secuencia de Torture Dungeon (1970), un duque trata de forzar a su pareja para acostarse con él y un hombre jorobado en su cama matrimonial. Ante la negativa de ella, el Duque precisa: “No soy homosexual, no soy heterosexual, no soy asexual… Soy trisexual… ¡Haría lo que sea por placer!”.

Milligan murió enfermo de sida y olvidado en 1992. Sin embargo, a inicios de la década pasada, ha crecido un culto alrededor de sus películas, gracias a la fascinante biografía de Jimmy McDonough, columnista del Village Voice, llamada “The Ghastly one: The sex-gore netherworld of filmmaker Andy Milligan”.  







Del mito de Orfeo a la película "Videodrome": cosmovisiones de la mujer y del descenso a los infiernos

Este ensayo, publicado en la edición número 20 de la revista científica "Tópicos del Seminario", analiza cómo la película "Videodrome" de David Cronenberg y el mito de Orfeo (tal como fue concebido en sus versiones clásicas más célebres, las de Ovidio y Virgilio) estructuran cosmovisiones radicalmente opuestas a partir de dos motivos comunes, el descenso a los infiernos y la búsqueda del objeto femenino de deseo.
El mundo, al final de cuentas, no puede ser visto de la misma manera por un mito tan antiguo, centrado en la representación del ser humano en un entorno natural, y una película de ciencia-ficción, que configura una relación del hombre con un ambiente artificial/tecnológico. La aproximación a los objetos de estudio se basa, sobre todo, en los aportes más recientes de la semiótica tensiva.
Lo pueden leer en el siguiente enlace:

Revista "Ventana Indiscreta" N° 9 a la venta

Ya se encuentra a la venta la novena edición de la revista "Ventana Indiscreta", de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Lima. La podrán encontrar en “La Tertulia" (CCPUCP) a 17 soles (pronto informaremos cuáles son las librerías en las que también estará a la venta), y en la librería Libún de la Universidad de Lima (Pabellón V) a S/. 12.

El presente número está dedicado a las filias y fobias cinematográficas y de qué manera estas evolucionan en el tiempo. Por ello, en esta edición, "Ventana Indiscreta" realizó una encuesta sobre cuáles son las películas favoritas de toda la historia, dirigida tanto a nuestros colaboradores (nacionales y extranjeros) como a algunos miembros de la comunidad cinematográfica peruana. Sin embargo, dicha encuesta fue pensada más como un experimento, como un ensayo de laboratorio, como un pretexto para que algunos críticos locales conversen sobre la naturaleza de esa clase de encuestas, sus pros y sus contras, su utilidad o no. Al fin y al cabo, sobre los gustos o disgustos que pueden producir este tipo de listas.

No obstante, dichas filias y fobias, tema de este número, han sido abordadas también desde otras entradas. ¿Cómo se explica que el espectador promedio se deleite con las acciones vertiginosas de Transformers y no soporte encuadres que se dilatan al estilo de aquellos que aparecían en los clásicos de Ozu o Antonioni? ¿Por qué muchos espectadores peruanos van corriendo a ver el último taquillazo hollywoodense y no desean ver el cine de su propio país? ¿De qué manera el afecto hacia determinadas cintas se convierte en insumo de otros modos de comunicación como los populares “memes”? Esta edición responde dichas preguntas.

Ventana Indiscreta es una publicación semestral y monográfica, que contiene 80 páginas. En esta edición escriben: Isaac León Frías, Ricardo Bedoya, José Carlos Cabrejo, Javier Protzel, Julio Hevia, Grecia Alzamora, María Luisa Bedoya, Óscar Contreras, Mónica Delgado, Julio César Mateus, Enric Rodon, José Sarmiento, Daniel Vidal Toche y Eduardo Villanueva Mansilla.



Vértigo: ¿qué nos dice sobre el cine?



En la novena edición de la revista "Ventana Indiscreta", publiqué un texto sobre los aspectos metacinematográficos de la película "Vértigo" de Alfred Hitchcock. A continuación, pueden leer la versión casi íntegra de la nota.

Vértigo (1958) es probablemente la película que ha logrado ser objeto de la mayor cantidad de interpretaciones, análisis e investigaciones en la historia del cine. Según Inga Pellisa, en su texto "Interpretaciones de Vértigo"(2008), las aproximaciones al filme principalmente han sido surrealistas, trágico-románticas, autobiográficas, psicoanalíticas y feministas. No obstante, poco o casi nada se ha dicho de las apreciaciones metacinematográficas que puede inspirar esta adaptación de la obra literaria De entre los muertos de Pierre Boileau y Thomas Narcejac.
La cinta de Alfred Hitchcock que sí ha sido blanco recurrente de ese acercamiento es La ventana indiscreta (1954). Recordemos que en los años cincuenta aparecieron varios filmes que “hablaban” del propio Hollywood, de los sets, de los rodajes o de las relaciones entre los actores, como El ocaso de una estrella (1950) de Billy Wilder, Cantando bajo la lluvia (1952) de Stanley Donen y Gene Kelly o Ha nacido una estrella (1954) de George Cukor.
En efecto, La ventana indiscreta es considerada por muchos como "el metadiscurso fílmico clásico por antonomasia" (Zumalde 2005: 11), con un protagonista (interpretado por James Stewart) enyesado y que, como los espectadores, se mantiene sentado, en una silla de ruedas y dentro de su departamento. Desde él, como un cineasta que decide "recortar" imágenes de la realidad, asume la posición de un voyeur, que desde una ventana y con un larga vista observa todo aquello que hacen sus vecinos, lo que ocasiona que, finalmente y sin pretenderlo, se vea envuelto en un crimen. Aquel personaje es una representación metafórica de quien ve películas, pero también de quien las realiza.
Pues, en términos virtualizados (Fontanille 2001: 58-59), lo mismo ocurre en Vértigo. Es una película en la que los tres personajes centrales forman parte de una alegoría que representa las labores cinematográficas propias de un director y un actor. Gavin Elster (Tom Helmore), Scottie Ferguson (James Stewart) y Judy Barton (Kim Novak) progresivamente se revelan en la ficción como los equivalentes de sujetos que interpretan papeles y dirigen puestas en escena.
SCOTTIE COMO ESPECTADOR
Al inicio del filme, Gavin Elster parece actuar y a la vez dirigir un thriller con inclinaciones hacia el fantástico. Con absoluta naturalidad, le miente a Scottie, y le señala que, dada su experiencia como policía, siga a su esposa, Madeleine, ya que esta actúa extrañamente, como poseída por el espíritu de Carlotta Valdés, una mujer fallecida el siglo anterior. En ese sentido, Judy Barton, quien se hace pasar por la pareja de Elster, es, más que una simple impostora, una actriz contratada para participar en una calculada puesta en escena en el campanario de una misión española. Así, se aprovecha de la acrofobia del personaje de Stewart, con el objetivo de conseguir la muerte "verdadera" de la esposa y la muerte "falsa" del "personaje" que encarna Judy.    
Ese aspecto del filme de algún modo ya había sido apuntado por Pablo Ferrando García en su escrito "Vértigo/De entre los muertos (1958). De lo cotidiano a lo sublime", cuando afirma que "el pasado cobra vida sobre una 'ficción' diseñada por Gavin Elster, aunque tanto Scottie como el espectador lo ignoran" (García 2008: 54).

Siguiendo ese apunte, el esposo criminal actúa como el director que hace uso de una serie de artificios para engañar a Scottie, quien se desenvuelve, en ese sentido, como alguien que se deja seducir por mentiras escénicas, tal como ocurre con el espectador sentado en una butaca del cine.

No es casualidad también que Miguel Ángel Muñoz se refiera a Elster como un «metteur en scène del complot» (Muñoz 2008: 48).
Asimismo, Faustino Sánchez (2008:66) manifiesta que Elster sería una representación del mismo creador de Vértigo mientras que Scottie lo sería del espectador. Judy Barton, por su parte, encarnaría el propio arte de manipulación llevado a cabo de forma muy “cinematográfica” por Gavin.