miércoles, 6 de noviembre de 2013

Cine peruano: “Rocanrol 68” y “El evangelio de la carne”



Ambas son películas de estilos y búsquedas muy distintas. El nombre de la última cinta de Eduardo Mendoza de Echave nos lleva a pensar justamente en un “evangelio”, pero que no resulta ser la narración de un ser divino y mesiánico, sino de personajes terrenales, mundanos y por eso mismo carnales. El largometraje hilvana tres historias y las cruza de un modo próximo a como lo hace González Iñárritu en cintas como “Amores perros”.

Son los cuerpos los que definen a los personajes y a su destino trágico. Un policía (Giovanni Ciccia) sufre un conflicto pasional, cuida la anatomía enferma de su esposa, mientras fantasea con explorar la piel joven de una menor de edad; un hombre avanzado en años (Ismael Contreras), culpable de la muerte de varias personas en un accidente de tránsito, tatúa en su espalda la figura del “Señor de los Milagros”, y a la vez trata de ingresar a la hermandad que adora dicha imagen religiosa; un chofer de combi y barrista del club “Universitario de Deportes” (Sebastián Monteghirfo), posee las marcas de su fanatismo deportivo, con la “U” rapada en su cabeza, y carga con la culpa de tener a su “propia sangre”, su hermano, en la cárcel, por hacerlo parte de algunas actividades de su barra.

“El evangelio de la carne” narra así el “vía crucis” de seres opacos, casi a la deriva, y marcados por la culpa. Lo mejor de la película está en la fotografía mortecina, de aire luctuoso, que envuelve a sus personajes marcados por la desgracia; en la edición dinámica y vigorosa, que parece sacudirnos con esa misma fuerza del destino que pone a los personajes al borde del abismo; en la consistencia de varias actuaciones, como la de Ciccia y Contreras, pero también la de ciertos personajes secundarios, que están formidables: Lucho Cáceres como un policía de rudeza criolla (es muy bueno aquel momento, de humor tarantinesco, en que dispara de casualidad a un personaje en la boca y su primer comentario es algo así como “chucha, me buitreó”) y Cindy Díaz como una coqueta Lolita de la avenida Wilson.



Sin embargo, hay algunos aspectos en los que “El evangelio de la carne” muestra serias debilidades expresivas. Hacia el final, la película se torna demasiado enfática en su visión de una fortuna adversa, hasta el punto de tornarse absolutamente previsible. La “mala suerte” de los personajes principales se siente tan marcada, constante y evidente que uno siente ver, cerca al término del metraje, una mera acumulación de escenas de desdicha. Sebastián Monteghirfo por momentos parece olvidarse de su personaje. En ocasiones busca hablar como un chofer de combi que le gusta decir “ya pe caushita”, en otro su dejo más bien parece el de un muchacho miraflorino.

UNA COMEDIA HIPSTER E INFANTIL
“Rocanrol 68” de Gonzalo Benavente Secco, a diferencia, se aleja del tono aciago de “El evangelio de la carne” y se presenta como una comedia teenager, de espíritu pop. Tres adolescentes piensan en cómo conquistar chicas en el barrio de La Punta, año 1968. Los personajes masculinos más importantes de la película reflejan la multiplicidad de referencias con las que juega: Manolo (Sergio Gjurinovic) es el muchacho que aprecia su vida como una fuera una película; Guille (Jesús Alzamora) es el chico obsesionado con el rock; y Bobby (Manuel Gold) es el amigo de movimientos cómicos y bufonescos, que parece salido de algún slapstick o cartoon.

La fotografía está dotada de tonos blanquecinos, como si imitara la calidad de algunas viejas imágenes deterioradas por el tiempo pero guardadas con afecto. Sin embargo, el largometraje enfatiza su carácter de artificio cinematográfico, en tanto los personajes realizan constantes referencias al mundo contemporáneo, en el que ya ha existido un presidente de raza negra en  Estados Unidos y la mujer occidental ha logrado una mayor independencia. Parte del humor de “Rocanrol 68” consiste en palabras dichas con velocidad de screwball comedy, y asociadas a lo distinta que es nuestra vida en comparación con aquella de fines de los sesenta, pero también en el candor con que homenajea a películas o músicos.   

Cuando vemos que aquellos personajes guardan silencio con Emma (Mariananda Schemp) y se suspende el sonido de toda película, y que a continuación realizan un baile en el “Tip Top” de la avenida Arenales, en clara referencia a “Banda aparte” de Godard; o que Manolo, según lo que recuerdo, imita con lapiceros y cajas de fósforo el “ballet” de cubiertos y panes que realiza Charles Chaplin en “La quimera de oro”, notamos guiños cinéfilos que no son realizados con pose snob, sino con la misma ingenuidad que uno siente en los protagonistas.


Algo muy similar ocurre en los homenajes melómanos. El “maoísta” interpretado por Pablo Saldarriaga trata de conquistar a Bea (Gisela Ponce de León) utilizando carteles a la manera del Bob Dylan del video “Subterranean Homesick Blues”, pero lo que vemos es un personaje que al costado de Bobby parece formar una dupla animada, de movimientos cómicamente frenéticos, extraída de la Warner Bros. Por su fisonomía y despliegue escénico, son una pareja absolutamente comparable con la de “Pinky y Cerebro”. Por eso “Rocanrol 68” es una cinta de ambiciones modestas pero que funciona como una buena comedia de entusiasmo hipster y a la vez infantil. En gran parte la película entretiene por el carisma que transmiten la mayoría de sus personajes, y a pesar de alguna escena demás, como la de Aldo Miyashiro, que peca de cliché e innecesaria.  

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