martes, 7 de enero de 2014

Los anillos del Señor Jackson

Hace pocos años publiqué en "El Dominical" del diario "El comercio" este texto sobre la trilogía cinematográfica de "El señor de los anillos" de Peter Jackson. Lo posteo a propósito del estreno reciente  de la segunda película basada en la novela "El hobbit" de J.R.R. Tolkien




Blubberhead. La historia sobre una ciudad medieval alborotada por gnomos, enanos y dragones. Esa es la película que allá por los noventa, el cineasta neozelandés Peter Jackson soñaba realizar. Quién sabe si algún día lo logrará. Tal vez sea un proyecto que ya ni le importe. Ni a él ni a nadie. Sobre todo porque, a cambio, le dieron la oportunidad de dirigir, entre los años 1999 y 2000, la adaptación de un mundo muy similar pero universalmente reconocido: la trilogía clásica de J.R.R. Tolkien.

La saga de Jackson, conformada por “La comunidad del anillo”, “Las dos torres” y “El retorno del rey”, ha recaudado más de 3.000 millones de dólares alrededor del mundo. Dos de ellas se ubican en el top 20 de las películas más taquilleras de la historia. Asimismo, obtuvieron 17 Oscars, de los cuales 11 fueron ganados por la tercera parte de la saga, lo que la convierte, junto con “Ben-Hur” y “Titanic”, en el filme que más premios de la Academia ha obtenido hasta la fecha.

Fórmula mágica

Cierto. La exitosa fórmula de la trilogía de Jackson es la misma que tuvo la saga original de “La guerra de las galaxias” de George Lucas entre los años setenta y los ochenta: explotar al máximo los avances tecnológicos en cuanto a efectos especiales para contar una historia tejida con esos valores míticos y ancestrales que encandilan al ser humano por siglos. Al igual que La Biblia y relatos orales de larga data, “La guerra de las galaxias” y “El señor de los anillos” muestran la oposición de mundos de luz y sombra, la lucha entre el bien y el mal, la tentación del poder, seres dispuestos a sacrificar la vida por su prójimo.


De cualquier forma, la saga muestra otra dimensión del talento de Jackson, ya reconocido en cintas de humor delirante y escatológico como “Braindead” (1992), en esa cruda película de adolescentes que deambulan entre la fantasía y el crimen llamada “Criaturas celestiales” (1994) o en un filme posterior y entrañable como “King Kong” (2005).



Caballeros y orcos

La saga del neozelandés plasma fabulosas secuencia de batalla, con encuadres abiertos, de agitación aérea, que descienden con temblor hacia la confrontación de caballeros y orcos, delineándola con una mirada visceral, apocalíptica, de estruendo. Además, la saga cinematográfica representa imágenes nocturnas de bosques y pantanos con una rara belleza. Son imágenes de una tenebrosa exuberancia, que brotan como una visión poética, lúgubre y encantada, inquietante y surreal. Los personajes pueden ser maniqueos, pero están diseñados, a través de sus diálogos, sus gestos, su andar, con un carisma romántico. De toda esa galería de héroes y villanos que recorre la saga, el Gollum, esa criatura enjuta, de complexión casi cadavérica, de testa exagerada, de ojos pérfidos y a la vez miedosos, que aparentan sumisión pero respiran codicia, se convirtió en uno de los personajes cinematográficos más populares de la década que acaba de pasar.

Más allá de uno u otro defecto, como la dilatación excesiva de algunas secuencias (como por ejemplo el epílogo de “El retorno del rey”), la saga cinematográfica de “El señor de los anillos” es una muestra de que el cine taquillero y de gran presupuesto no necesariamente se divorcia de una sensibilidad auténtica y personal.


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