miércoles, 4 de septiembre de 2013

El conjuro: un horror de otros tiempos




James Wan, el realizador de ascendencia malaya, está familiarizado con el horror y sus extremos. En Juego macabro nos somete a visiones casi pornográficas de la tortura. La noche del demonio, por su parte, se aleja de las imágenes sádicas de la saga Saw, para introducirnos en territorios espectrales.

El conjuro, su última cinta, recoge tanto la crudeza como el animismo que habíamos apreciado en sus largometrajes anteriores. Basada en un caso de la vida real, la película muestra a los Warren (Patrick Wilson y Vera Farmiga), una pareja de esposos dedicados a la investigación de fenómenos paranormales, que deciden ayudar a una familia en apuros por el espíritu de una bruja que habita su casa.

El horror en la película recorre casi todos los sentidos: los personajes lo ven en esa muñeca de superficies desgastadas y sonrisa diabólica, hermanada con el Jigsaw de Juego Macabro o el títere de Dead silence; lo huelen en el viento, que esparce un olor sepulcral; lo escuchan en esas puertas que se abren y crujen lentamente; lo sienten en la piel, como una fuerza invisible que lacera el cuerpo, dejando moretones.

El largometraje de Wan nos absorbe en su mundo embrujado, de pasajes tenebrosos y viejas cajas musicales, porque aquella fuerza maligna que aqueja a una familia invade no solo los ruidos de su hogar, sino también sus visiones, su tacto y hasta el aire que respiran. El conjuro muestra un mal omnipresente, pero que a la vez, como ocurría en La noche del demonio, pervierte la inocencia infantil, la oscurece. Aparece de forma escalofriante, aplaudiendo como lo hacen los niños mientras juegan a las escondidas, o asoma en esos encuadres de vuelo fantasmal, que rodean aquellos inmensos árboles que parecen salidos de un cuento de hadas.    

El conjuro tiene una dimensión violenta, por momentos salvaje, con esos personajes que se elevan y caen velozmente, o sangran desde las entrañas; o que se encuentran turbados ante pájaros que, como los de Hitchcock, se estrellan brutalmente contra las ventanas. Pero, en esencia, el horror de este filme es como venido de otra época. Está más cerca de la sensorialidad gótica de los clásicos del género de la Universal o de la Hammer que del terror explícito de un Craven o un Raimi. En una escena, la clarividente que interpreta Vera Farmiga ve el reflejo de su hija, como convertida en una extraña criatura marina, pidiendo ayuda entre las aguas que rodean el hogar de los Perron. Es una visión alucinatoria claramente inspirada en el inquietante cuadro del siglo XIX Ofelia de John Everett Millais.

Si bien el final de El conjuro tiene una resolución apresurada, fácil y predecible, queda en la memoria por sus imágenes y sonidos poderosos, que aterrorizan con la magia lúgubre de tiempos perdidos.      

1 comentarios :

Chobi_lml dijo...

Buena crítica José Carlos, esta semana voy a verla!
Sl2!