Esta es una revisión de la animación "de autor", que incluye a directores que van desde Léger hasta Burton o Lynch.
Aunque muchos no lo
crean, la animación como medio para canalizar una visión personal del
mundo tuvo esa
condición desde las primeras décadas del
cine, y a través de una infinidad de películas de diversas partes del mundo.
Hay que recordar
primero algunos filmes abstractos. Fueron muchos artistas plásticos reconocidos
quienes estuvieron inmersos en este tipo de creaciones. Así tenemos películas
como la alemana Opus I (1921) de
Walter Ruttman, que amalgama figuras curvas y triangulares que danzan en
búsqueda de una armonía en incesante movimiento; Ballet mecanique (1924) de Fernand Léger, una cinta de hipnotismo
maquinal, un engranaje cadencioso de imágenes de figuras básicas y de zonas
anatómicas de hombres y animales; o Sinfonía
diagonal (1925) del pintor dadaísta Viking Eggeling, con elementos icónicos
que aparecen y desaparecen al entrar en contacto secuencial, todo un alarde
magistral del empleo del tempo en la
animación. Años después, ya con el uso del color y los avances técnicos del
cine, Composition in blue (1936) de Oskar
Fischinger o Colour box (1935) de Len
Lye, siguieron esa línea de la animación.
Más allá del
célebre Léger, y mucho antes que la exitosa Las
trillizas de Belleville de Sylvain Chomet, el cine francés ha contado a lo
largo de su historia con verdaderos autores
de la animación. El artista plástico de origen ruso Alexandre Alexeieff hizo en
el país de aquel pintor, allá por el año de 1932, Une nuit sur le Mont Chavre, una cinta hecha con alfileres que
daban vida a un mundo fantasmal y alucinatorio, con simios convirtiéndose en
aves o unos molinos de viento de los que, de pronto, empiezan a brotar manos.
Asimismo, tenemos a Paul Grimault, uno de los grandes referentes del estilo de Hayao
Miyazaki, que creó una película clásica como Le Roi et L’oiseau (1980) y a René Laloux, autor de filmes sin
parangón como La planéte sauvage (1973)
y Gandahar (1988), signados por
trazos de turbadora sensualidad, una bizarra imaginería de ciencia ficción, y
un exotismo grotesco, que a veces roza la plástica de Frida Khalo.
Otro país pródigo
en animaciones que son auténticas búsquedas artísticas es Checoslovaquia. Un
cineasta capital es Jirí Trnka. Sus adaptaciones de
autores como H.C. Andersen o Chejov, como El
ruiseñor del emperador o El cuento
del violoncelo (1949), encandilan con su sombría ternura e
ingenuidad. Su estilo marcó escuela, y entre sus continuadores se encuentran
Jirí Barta y Jan Svankmajer. Este último, desde los años sesenta, ha ido
configurando un universo propio, que tiene entre sus picos expresivos a Alice (1988), un largometraje de
arrebatos surrealistas que adapta el cuento clásico de Lewis Carroll, y combina
actores reales con animación stop-motion;
creando un mundo enigmático e insólito de calcetines parlantes, camas aladas y
un muñeco de conejo que cobra vida y come su propio aserrín. Hay en el filme
una alucinación infantil, pero que se torna siniestra e inquietante. Svankmajer
es una de las grandes influencias en el cine de Tim Burton.
Una figura esencial
de la animación es el pintor y dibujante escocés Norman McLaren, quien hizo
gran parte de su obra en Canadá. Una de sus cintas más conocidas es el corto Neighbours (1952), que aplica la técnica
de pixiliación con imágenes de actores reales para ironizar sobre las
relaciones humanas. Posee una estética visionaria, que auguraba la apariencia y
la dinámica de los videojuegos, con esos personajes de saltos mecánicos, de golpes
y movimientos acelerados, de apariencia computarizada. Sólo vemos dos
personajes peleándose por un territorio, y parecieran estar manejados por joysticks de nintendo. Al
ver un largo como Corpus
Callosum (2002) de Michael Snow, una cinta de llena de referencias
tecnológicas, uno puede darse cuenta de la interminable influencia de McLaren.
El cuento de los cuentos
Polonia tiene en
sus filas a Jan Lenica, así como a Walerian Borowczyk. Además de sus clásicos
de cine erótico (Cuentos inmorales, La Bestia ,
etc.), el realizador fue un excelente director de animación. Uno de sus últimos
trabajos, Scherzo infernal (1984),
poblada de demonios hermafroditas y lascivos, exhibía el mismo componente
hereje y sexual de algunas de sus películas no basadas en las técnicas de animación.
Rusia es uno de los
países que ha dado a algunos de los mejores directores de animación de todos
los tiempos. Uno de los grandes maestros del stop motion es Wladislaw Starewicz, con películas como Los insectos de navidad (1913), que
hasta ahora sorprende por la calidad de su animación. En ella, se presenta
un mundo de insectos bailarines y una rana humanizada; no obstante, parece que
estuviéramos viendo en el filme una auténtica reanimación de muñecos y animales.
Otro de los grandes
de la animación rusa es Iván Ivanov-Vanó, director de filmes como Las estaciones del año (1969), una
sublime fantasía en stop motion, que
retrata un brumoso y encantado viaje de dos personajes en caballo, armonizada
por melodías de Tchaikovsky. Esta cinta fue codirigida por otro maestro como
Yuri Norstein, conocido como el Tarkovsky del cine de animación, y creador de
la que es para muchos la mejor cinta de animación de todos los tiempos: El cuento de los cuentos (1980). Al
igual que el director de La pasión según
Andrei Rublev y Stalker, Norstein
hace de la representación de lo extenso (los paisajes, los ríos, los bosques)
una experiencia intensa; y fusiona la música clásica y la imagen en movimiento para
envolver nuestros sentidos en una hipnosis poética. La cinta impresiona porque nos
(re)conduce a sensaciones primarias. El filme, con una estética por
momentos de tonos ocres y perfiles borrosos, de aire ensoñado, comienza
con la imagen de un bebé lactando mientras su madre le canta una canción de
cuna. De pronto, aparece el lobo relatado por el tema y vemos que la "realidad"
interactúa con la "fantasía" hasta entrecruzarse de múltiples maneras. El arte de
este director está en remitir a nuestro mundo, pero no desde la percepción
adulta, sino desde esa imaginación infantil e ilimitada, que hace encontrar lo fantasioso
en cualquier señal o estímulo de lo existente. El
cuento de los cuentos es una experiencia sin igual e imperdible.
Otros directores
rusos a tomar en cuenta son Alexander Ptushko, Eduard Nazarov, Andrei
Khrzhanovksy y Lev Atamanov, considerado otro de los cineastas que influenció
la estética del director de El viaje de
Chihiro y La princesa Mononoke.
Los Estados Unidos
también tiene realizadores de animación importantes. Ahí están los hermanos
Quay, otros admiradores del estilo de Svankmajer, con un filme como Street of Crocodiles (1986), exhibiendo
una estética que también convierte las figuras infantiles en presencias
espeluznantes y siniestras, en medio de ambientaciones tétricas y acciones delirantes,
y que ha influido en la apariencia de muchos videoclips americanos; Bill
Plympton, con animaciones de humor negro y surreal muchas veces tomadas como
publicidades de MTV, y que en cortos como 25
ways to give up smoking hace que la iconización del cuerpo humano se
altere, se trastorne o se fusione con otros objetos de una forma desenfadadamente
cruel; o Richard Linklater con sus divagaciones filosóficas y
metacinematográficas en la rotoscópica Despertando
a la vida (2001). Posteriormente, dirigió A scanner darkly, orientada a la ciencia ficción.
Como Linklater,
otros directores célebres del cine americano contemporáneo ingresaron al mundo
de la animación sólo en algunos momentos de su carrera. Algunos de los primeros
trabajos de David Lynch, como Six figures
getting sick, The Alphabet o The grandmother, se
inclinaban por la animación o la mezclaban con actores reales, en medio de ese
característico ambiente de pesadilla que sabe crear el realizador de Terciopelo Azul. Sin embargo, ha hecho mucho después otros trabajos de animación, como Dumbland, una serie de episodios que son algo así como Los Simpsons en clave Lynch: una parodia
de la familia norteamericana, pero con un humor absurdo que se regodea en lo violento,
lo escatológico y lo atroz; apenas esbozada por trazos temblorosos y simples.
Por su parte, Tim
Burton tiene en su haber cortos como Vincent
(1982) -así como su respectivo remake en largometraje, estrenado hace pocos años-, la producción de un relato suyo llamada El extraño mundo de
Jack (1993) de Henry Selick, o la dirección de El cadáver de la novia (2005). Todos estas cintas se inspiran en la
tétrica parafernalia del expresionismo alemán, las películas de horror de la Hammer y la ciencia ficción
de serie B norteamericana de los años cincuenta. No obstante, la visión lúgubre
de Burton en sus películas de animación suele ser traviesa y jovial. Es una mirada oscura pero tan
festiva como cualquier Día de los muertos en México.
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