domingo, 1 de septiembre de 2013

Apuntes sobre la animación "de autor"


 
Esta es una revisión de la animación "de autor", que incluye a directores que van desde Léger hasta Burton o Lynch.
 
Aunque muchos no lo crean, la animación como medio para canalizar una visión personal del mundo tuvo esa condición  desde las primeras décadas del cine, y a través de una infinidad de películas  de diversas partes del mundo.

Hay que recordar primero algunos filmes abstractos. Fueron muchos artistas plásticos reconocidos quienes estuvieron inmersos en este tipo de creaciones. Así tenemos películas como la alemana Opus I (1921) de Walter Ruttman, que amalgama figuras curvas y triangulares que danzan en búsqueda de una armonía en incesante movimiento; Ballet mecanique (1924) de Fernand Léger, una cinta de hipnotismo maquinal, un engranaje cadencioso de imágenes de figuras básicas y de zonas anatómicas de hombres y animales; o Sinfonía diagonal (1925) del pintor dadaísta Viking Eggeling, con elementos icónicos que aparecen y desaparecen al entrar en contacto secuencial, todo un alarde magistral del empleo del tempo en la animación. Años después, ya con el uso del color y los avances técnicos del cine, Composition in blue (1936) de Oskar Fischinger o Colour box (1935) de Len Lye, siguieron esa línea de la animación.   

Más allá del célebre Léger, y mucho antes que la exitosa Las trillizas de Belleville de Sylvain Chomet, el cine francés ha contado a lo largo de su historia con verdaderos autores de la animación. El artista plástico de origen ruso Alexandre Alexeieff hizo en el país de aquel pintor, allá por el año de 1932, Une nuit sur le Mont Chavre, una cinta hecha con alfileres que daban vida a un mundo fantasmal y alucinatorio, con simios convirtiéndose en aves o unos molinos de viento de los que, de pronto, empiezan a brotar manos. Asimismo, tenemos a Paul Grimault, uno de los grandes referentes del estilo de Hayao Miyazaki, que creó una película clásica como Le Roi et L’oiseau (1980) y a René Laloux, autor de filmes sin parangón como La planéte sauvage (1973) y Gandahar (1988), signados por trazos de turbadora sensualidad, una bizarra imaginería de ciencia ficción, y un exotismo grotesco, que a veces roza la plástica de Frida Khalo.   

Otro país pródigo en animaciones que son auténticas búsquedas artísticas es Checoslovaquia. Un cineasta capital es Jirí Trnka. Sus adaptaciones de autores como H.C. Andersen o Chejov, como El ruiseñor del emperador o El cuento del violoncelo (1949), encandilan con su sombría ternura e ingenuidad. Su estilo marcó escuela, y entre sus continuadores se encuentran Jirí Barta y Jan Svankmajer. Este último, desde los años sesenta, ha ido configurando un universo propio, que tiene entre sus picos expresivos a Alice (1988), un largometraje de arrebatos surrealistas que adapta el cuento clásico de Lewis Carroll, y combina actores reales con animación stop-motion; creando un mundo enigmático e insólito de calcetines parlantes, camas aladas y un muñeco de conejo que cobra vida y come su propio aserrín. Hay en el filme una alucinación infantil, pero que se torna siniestra e inquietante. Svankmajer es una de las grandes influencias en el cine de Tim Burton.    

Una figura esencial de la animación es el pintor y dibujante escocés Norman McLaren, quien hizo gran parte de su obra en Canadá. Una de sus cintas más conocidas es el corto Neighbours (1952), que aplica la técnica de pixiliación con imágenes de actores reales para ironizar sobre las relaciones humanas. Posee una estética visionaria, que auguraba la apariencia y la dinámica de los videojuegos, con esos personajes de saltos mecánicos, de golpes y movimientos acelerados, de apariencia computarizada. Sólo vemos dos personajes peleándose por un territorio, y parecieran estar manejados por joysticks de nintendo. Al ver un largo como Corpus Callosum (2002) de Michael Snow, una cinta de llena de referencias tecnológicas, uno puede darse cuenta de la interminable influencia de McLaren.



El cuento de los cuentos
 
Polonia tiene en sus filas a Jan Lenica, así como a Walerian Borowczyk. Además de sus clásicos de cine erótico (Cuentos inmorales, La Bestia, etc.), el realizador fue un excelente director de animación. Uno de sus últimos trabajos, Scherzo infernal (1984), poblada de demonios hermafroditas y lascivos, exhibía el mismo componente hereje y sexual de algunas de sus películas no basadas en las técnicas de animación.   

Rusia es uno de los países que ha dado a algunos de los mejores directores de animación de todos los tiempos. Uno de los grandes maestros del stop motion es Wladislaw Starewicz, con películas como Los insectos de navidad (1913), que hasta ahora sorprende por la calidad de su animación. En ella, se presenta un mundo de insectos bailarines y una rana humanizada; no obstante, parece que estuviéramos viendo en el filme una auténtica reanimación de muñecos y animales.

Otro de los grandes de la animación rusa es Iván Ivanov-Vanó, director de filmes como Las estaciones del año (1969), una sublime fantasía en stop motion, que retrata un brumoso y encantado viaje de dos personajes en caballo, armonizada por melodías de Tchaikovsky. Esta cinta fue codirigida por otro maestro como Yuri Norstein, conocido como el Tarkovsky del cine de animación, y creador de la que es para muchos la mejor cinta de animación de todos los tiempos: El cuento de los cuentos (1980). Al igual que el director de La pasión según Andrei Rublev y Stalker, Norstein hace de la representación de lo extenso (los paisajes, los ríos, los bosques) una experiencia intensa; y fusiona la música clásica y la imagen en movimiento para envolver nuestros sentidos en una hipnosis poética. La cinta impresiona porque nos (re)conduce a sensaciones primarias. El filme, con una estética por momentos de tonos ocres y perfiles borrosos, de aire ensoñado, comienza con la imagen de un bebé lactando mientras su madre le canta una canción de cuna. De pronto, aparece el lobo relatado por el tema y vemos que la "realidad" interactúa con la "fantasía" hasta entrecruzarse de múltiples maneras. El arte de este director está en remitir a nuestro mundo, pero no desde la percepción adulta, sino desde esa imaginación infantil e ilimitada, que hace encontrar lo fantasioso en cualquier señal o estímulo de lo existente. El cuento de los cuentos es una experiencia sin igual e imperdible.

Otros directores rusos a tomar en cuenta son Alexander Ptushko, Eduard Nazarov, Andrei Khrzhanovksy y Lev Atamanov, considerado otro de los cineastas que influenció la estética del director de El viaje de Chihiro y  La princesa Mononoke.

Los Estados Unidos también tiene realizadores de animación importantes. Ahí están los hermanos Quay, otros admiradores del estilo de Svankmajer, con un filme como Street of Crocodiles (1986), exhibiendo una estética que también convierte las figuras infantiles en presencias espeluznantes y siniestras, en medio de ambientaciones tétricas y acciones delirantes, y que ha influido en la apariencia de muchos videoclips americanos; Bill Plympton, con animaciones de humor negro y surreal muchas veces tomadas como publicidades de MTV, y que en cortos como 25 ways to give up smoking hace que la iconización del cuerpo humano se altere, se trastorne o se fusione con otros objetos de una forma desenfadadamente cruel; o Richard Linklater con sus divagaciones filosóficas y metacinematográficas en la rotoscópica Despertando a la vida (2001). Posteriormente, dirigió A scanner darkly, orientada a la ciencia ficción.

Como Linklater, otros directores célebres del cine americano contemporáneo ingresaron al mundo de la animación sólo en algunos momentos de su carrera. Algunos de los primeros trabajos de David Lynch, como Six figures getting sick, The Alphabet o The grandmother, se inclinaban por la animación o la mezclaban con actores reales, en medio de ese característico ambiente de pesadilla que sabe crear el realizador de Terciopelo Azul. Sin embargo, ha hecho mucho después otros trabajos de animación, como Dumbland, una serie de episodios que son algo así como Los Simpsons en clave Lynch: una parodia de la familia norteamericana, pero con un humor absurdo que se regodea en lo violento, lo escatológico y lo atroz; apenas esbozada por trazos temblorosos y simples.

Por su parte, Tim Burton tiene en su haber cortos como Vincent (1982) -así como su respectivo remake en largometraje, estrenado hace pocos años-, la producción de un relato suyo llamada El extraño mundo de Jack (1993) de Henry Selick, o la dirección de El cadáver de la novia (2005). Todos estas cintas se inspiran en la tétrica parafernalia del expresionismo alemán, las películas de horror de la Hammer y la ciencia ficción de serie B norteamericana de los años cincuenta. No obstante, la visión lúgubre de Burton en sus películas de animación suele ser traviesa y jovial. Es una mirada oscura pero tan festiva como cualquier Día de los muertos en México.

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