Orson Welles, Alfred Hitchcock, Ernst
Lubitsch y Stanley Kubrick son solo algunos de los influyentes realizadores
cinematográficos que fueron nominados como mejores directores y nunca
alcanzaron el Oscar por ello. ¿Hay realmente a lo largo de la historia una
ceguera en la Academia para no reconocer a los genios de la pantalla? Esta es una versión extendida de un artículo publicado ayer en "El dominical" del diario "El comercio"
Hagamos dos
listas de realizadores nominados al Oscar como mejor director: una con los que
perdieron y otra con los que ganaron. La falta de criterio del Oscar para
reconocer a grandes cineastas, ¿es realmente tan vergonzosa? ¿acaso no hubo
también directores que con toda justicia merecieron la estatuilla dorada? Para
responder a esas preguntas, viajemos a las primeras décadas del cine, en que
aparece la figura de uno de los genios del silente y de los primeros tiempos
del sonoro: Ernst Lubitsch. Este director de origen judío alemán, maestro en el
humor como arte ilusionista, en la creación de encantadores personajes
camaleónicos, y en la sugerencia transgresora, fue nominado 3 veces.
El autor de
clásicos como “Trouble in Paradise” (1932) o “Ser o no ser” (1942) perdió su última oportunidad de ganar
un Oscar como mejor director en el año 1944, vencido por Michael Curtiz y su
filme “Casablanca” (1942). Nadie niega el talento del realizador de la película
protagonizada por Bogart y Bergman, pero Lubitsch está en un nivel muy superior,
y su legado se encuentra en cineastas contemporáneos como Woody Allen o Wes
Anderson.
Charles
Chaplin ni siquiera fue nominado alguna vez como mejor director, aunque sí ganó
dos Oscar honoríficos y uno por la música de “Candilejas”, filme de 1952. Por
su parte, Howard Hawks, uno de los cineastas más versátiles del Hollywood
clásico, capaz de crear películas que abrirían nuevas puertas expresivas en
distintos géneros como el criminal (“Caracortada”, 1932) o el western (“Río
Bravo”, 1959), perdió en el año 1942 la posibilidad de ganar la estatuilla ante
el triunfo de John Ford por “¡Qué verde era mi valle!” (1941).
WELLES Y
HITCHCOCK
El director
de “Centauros del desierto” (1956), uno de los clásicos mayores del cine
americano, logró ganar 4 Oscar en el rubro de mejor director. Lo curioso es que
en aquel 1942 John Ford no solo le quitó la oportunidad a Howard Hawks de ganar
el Oscar, sino también a otro cineasta esencial: Orson Welles. El mítico
realizador fue nominado nada más y nada menos que por “Ciudadano Kane” (1941), uno
de los filmes más revolucionarios de la historia del cine. Su narrativa
compleja, dotada de constantes saltos temporales y barroca polifonía, así como
su impresionante acabado visual, de innovadora profundidad de campo y sombras de
estilizado expresionismo, se convirtieron en uno de los pilares de lo que
después se denominaría cine moderno. Al menos, Welles logró con Herman J.
Mankiewicz alzarse con el Oscar al mejor guion.
El cine
contemporáneo no sería lo que es sin la obra de Alfred Hitchcock. Su
construcción de la mirada cinematográfica por medio de pulsiones voyeristas o
de la memoria, sus relatos que se desdoblan o que se orientan hacia finales
abiertos, o su manejo soberbio de los códigos del thriller y de la música, han sido influencia trascendental para
directores provenientes de la nouvelle
vague, del “Nuevo Hollywood”, del cine independiente norteamericano o del
experimental europeo: François Truffaut, Steven Spielberg, Brian De Palma, John
Carpenter, Chris Marker, y un larguísimo etcétera.
Hitchcock
estuvo nominado 5 veces al Oscar, mientras que Stanley Kubrick 4 veces en la
misma categoría. El autor de obras influyentes como pocas en el cine y en la
cultura popular contemporánea, como “2001, Odisea del espacio” (1968) o “La
naranja mecánica” (1971), ni siquiera pudo irse de este mundo con un Oscar
honorífico, como sí ocurrió con los otros cineastas “perdedores” ya mencionados
en esta nota, y con grandes realizadores que trabajaron en otros continentes y
que también fueron nominados en el mismo rubro, como Federico Fellini, Ingmar
Bergman, Akira Kurosawa, Michelangelo Antonioni o Jean Renoir.
LUCES Y SOMBRAS
No obstante, hay que reconocer que en muchas ocasiones varios de estos
directores perdieron ante cineastas de peso. Entre los realizadores que ganaron
el Oscar, no solo está John Ford, sino también Frank Capra, Billy Wilder, Elia
Kazan, John Huston, Carol Reed, Francis Ford Coppola, Woody Allen, Clint
Eastwood, Steven Spielberg, Roman Polanski, Martin Scorsese o los hermanos Coen,
por solo mencionar a algunos.
Pero cuando el Oscar hace el ridículo, lo hace con maestría. Ver que en
el año 1995 prefirieron darle el premio al Robert Zemeckis de “Forrest Gump”
que al Quentin Tarantino de “Tiempos violentos”, o que en el año 2002 el Ron
Howard de “Una mente brillante” venció al David Lynch de “El camino de los
sueños” y al Robert Altman de “Gosford Park”, uno se imagina a un miembro de la
Academia atrapado en una película anodina del canal Hallmark, vestido como
Forrest, sentado en una banca y decidiendo su voto mientras llega a la
brillante conclusión de que la vida es una caja de bombones.
A la luz del
triunfo de Alejandro González Iñárritu en la última edición del Oscar, Richard
Linklater se suma a la lista de aquellos grandes cineastas que nunca obtuvieron
o que aún no han logrado alzarse con la estatuilla dorada. “Birdman” (2014) es
una película que concentra lo mejor y lo peor del cine del realizador mexicano,
expone su talento para la dirección de actores y para la tensión narrativa, potenciada
por sus dinámicos movimientos de cámaras, pero también su atosigante cursilería
y su inclinación hacia la metáfora simplona y obvia, como la del personaje de
Keaton volando por cielos en el final para expresar que logró cumplir su sueño
de ser reconocido como artista.
En cambio, “Boyhood”
(2014) confirma a Linklater como uno de los realizadores más apasionantes del
cine contemporáneo. Su registro de personajes en tránsito, errantes, a la
deriva, embarcados en un viaje que no parece tener fin, se encarna en visiones
cálidas y entrañables, de edición que fluye suavemente, como brisa, hilvanadas
por diálogos naturales y a la vez ingeniosos, que logran un retrato del tiempo poderoso
en su austeridad escénica.