François Truffaut,
más allá de sus aportes cruciales a la Nueva Ola Francesa, un movimiento que
cambió el cine para siempre, posee una obra sensible, inolvidable y universal.
En el ciclo "La gran guerra" que se proyecta en la sala de cine "La Ventana Indiscreta" de la Universidad de Lima y la Filmoteca PUCP, se proyecta su clásico "Jules y Jim", un buen pretexto para apreciar rasgos esenciales de sus filmes.
Truffaut fue un hombre definido por la pasión. Aquella que lo llevaba
de adolescente a intentar ver tres películas al día y leer más de dos libros en
una semana. Aquella que lo hizo crear y mantener un cine club, con problemas que
lo terminaron dejando encarcelado en una comisaría. Aquella que lo condujo a
escribir en la revista “Cahiers du cinéma” en el año 1954 su ensayo Una cierta tendencia en el cine francés (Une
Certaine tendance du cinéma française), uno de los textos fundacionales de la
Nueva Ola Francesa, por su crítica radical hacia ese cine de qualité, centrado en fastuosas
reconstrucciones de época y en una estandarización en sus formas de realización.
Él propuso a cambio una “política de autores”, que reivindicaba la visión
personal del director, su estilo propio, a través de su puesta en escena.
Sus ideas lo llevaron junto a Jean-Luc Godard, Claude Chabrol, Eric
Rohmer y Jacques Rivette, también colaboradores de “Cahiers du cinéma”, a dejar
la pluma y, en gesto iconoclasta, tomar la cámara de cine, para dar forma a la
Nueva Ola Francesa. Su opera prima, Los
cuatrocientos golpes (1959) fue justamente el primer gran triunfo del
movimiento, al alzarse con el premio a mejor director en el Festival de Cannes.
Su ahora célebre filme aglutina muchos de los puntos de quiebre de la nouvelle vague con el cine francés que
se hacía hasta ese momento: decorados naturales, personajes marginales, austeridad
de recursos, actores no profesionales; mostrando así una clara inspiración en
el neorrealismo italiano. Pero ante todo, la cinta convierte a Truffaut en un
autor, con esa mirada a la condición de desesperanza de la infancia desfavorecida
por la sociedad; resumida en aquella hermosa y sobrecogedora secuencia final,
en la que un travelling lateral se prolonga por varios minutos para seguir el
escape del pequeño protagonista de un centro de reclusión, hasta quedar en la
soledad más absoluta e implacable.
TRUFFAUT COMO AUTOR
Lo que vino después fue la conformación de una obra inconfundible, numerosa
y pródiga en clásicos. ¿Cómo definir el cine del director de Los 400 golpes? Sus películas, con un
afecto marcado hacia el cine norteamericano (Alfred Hitchcock, Nicholas Ray, Ernst
Lubitsch, etc.) y a directores europeos como Vigo o Renoir, fluctúan entre el
melodrama, la comedia y el thriller,
aunque la mayor de las veces hagan que sus límites se diluyan. Sus protagonistas
suelen estar inmersos en situaciones que van en contra de la moral y las buenas
costumbres, de la autoridad y del orden imperante: asesinan, roban, conspiran,
mienten, traicionan, y pueden llegar incluso hasta el suicidio.
Sin embargo, la magia de las películas de Truffaut está en que logra compenetrarnos
con esos personajes que pecan una y otra vez. Y es que sus héroes no parecen tener
la conciencia de un adulto, sino la de un niño. Los personajes que la actriz
Jeanne Moreau interpretó en Jules y Jim (1962) y La novia vestía de negro (1967) son unas
femme fatal más próximas al pueril
romanticismo que al cálculo frío y cerebral. En la primera película, Catherine
desea estar con su esposo Jules y su amigo Jim a la vez casi por un arranque de
engreimiento, y sus deseos de morir al lado de Jim parecen ser producto de una
rabieta por sentirse rechazada; en la segunda, Julie asesina a cada uno de los
implicados en la muerte de su amado, porque afirma, entre lágrimas, que él fue
el amor de su niñez, el “príncipe azul” que le envió el destino. En Domicilio conyugal (1970), Antoine
Doinel, casi como jugando, comete un adulterio; pero una vecina calma a su
esposa al decirle que “los hombres son como niños”. La infidelidad, por ello, termina
siendo perdonada.
UN LENGUAJE DE LA PASIÓN
Los personajes protagónicos y adultos del francés son infantiles, y no
es casual que algunos títulos suyos, como su primer largometraje y clásicos
como El niño salvaje (1970) y La piel dura (1976), tengan a niños en
roles principales. Pero más allá de géneros y edades, ellos, ante todo, son
movidos por emociones y sentimientos profundos, que los hacen tiernamente
amorales. François Truffaut, en armonía con su personalidad, fue un cineasta de
la pasión, y pudo realizar, cerca al final de su carrera, una de las más
brillantes películas sobre el amor loco, irracional, fou hechas alguna vez en la historia del cine: La mujer de al lado (1981).
A pesar que la pareja interpretada por Gérard Depardieu y Fanny Ardant
(la última pareja que tuvo el realizador hasta su muerte en 1984 por un tumor
cerebral), casada con personas distintas, mantiene un romance desbordante,
turbulento y fatal, la puesta en escena representa el estilo característico de Truffaut:
una narración serena y depurada, contenida y precisa, ajena al juego
artificioso con el lenguaje audiovisual (lo que lo opone a Godard). Cada
recurso utilizado en La mujer de al lado se
articula a la perfección: el encuadre fluido, el montaje alterno (en aquella
formidable secuencia en que ambos se llaman simultáneamente por teléfono), los
diálogos sentimentales pero sutiles, y la música de acordes hitchcockianos de
Georges Delerue, su habitual colaborador, que con un tempo pausado, de un leve in
crescendo, musicaliza una marcha de amor exaltado hacia la muerte.
Incluso cuando las películas de Truffaut presentaban una fotografía más
estilizada, se creaba un clima de contención. Con el director de fotografía
Néstor Almendros, podía estar contando la historia de un triángulo amoroso que
rompe muchos tabúes de la época en que se ambienta (Las dos inglesas y el continente -1971-) o de una mujer mitómana y
trastornada por el amor (La historia de
Adele H. -1975-); no obstante, esos marrones, ocres y azules en tonos
medios, característicos del español, le daban al cineasta esa sutileza que
siempre ha impregnado su puesta en escena.
LOS LIBROS Y LAS PELÍCULAS
François Truffaut también fue el cineasta de la pasión por su amor a
los libros. Su obra está llena de referencias a escritores y personajes
literarios: Antoine Doinel le prende velas a su adorado Balzac como si fuera un
santo en Los 400 golpes; Montag, un
bombero dedicado a la quema de libros en un lejano futuro, se rebela contra la
sociedad por los sentimientos que le despierta la literatura en Fahrenheit 451 (1965); el maduro Pierre
Lachenay puede mantener un amor furtivo con una bella azafata (Francoise
Dorleac) gracias a los viajes que hace por su fama como escritor en La piel suave (1964). Los personajes de
Truffaut pueden emprender aventuras emocionales proscritas gracias a los
libros. Son como sus fieles cómplices
Y si algo también caracteriza a las películas de Truffaut es su afecto sublime
por el séptimo arte. En pasajes de su obra, de pronto, podemos encontrar diálogos
que hacen referencia a John Wayne, un comediante que parodia textos de El año pasado en Marienbad de Alain
Resnais o personajes o escenas abiertamente inspirados en el imaginario de
Alfred Hitchcock (sobre quien hizo el libro “El cine según Hitchcock”). El
cineasta llegó al punto de dedicarle a su oficio una de las más emblemáticas
cintas de cine dentro del cine, de construcción en abismo, que se hayan
hecho: La noche americana (1973). Truffaut
fue uno de los directores que dio lugar a que el cine contemporáneo tenga esa
impronta metalinguística, plagada de homenajes, citas y guiños cinéfilos.
El realizador francés siempre será recordado como uno de los
responsables de que el cine pueda llegar a convertirse en una experiencia intensa
y entrañable*.
*Texto originalmente publicado en el suplemento "El Dominical" del diario "El Comercio" (11 de febrero del 2007)
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