A propósito del estreno
de la película “Her” de Spike Jonze, ganadora de un Oscar,
revisamos aquellas cintas en las cuales se muestran seres de inteligencia
artificial con la capacidad de razonar e incluso amar. Esta es la versión "uncut" de un texto publicado ayer en el suplemento "El dominical" del diario "El comercio" titulado "Enamorados de las máquinas".
La Inteligencia
Artificial abarca el sueño de ir creando no solo seres tecnológicos que razonen
como nosotros, los humanos, sino que además puedan tener sentimientos,
emociones, afectos. Y el cine desde sus
inicios ha sido espejo de esa fantasía que hoy parece empezar a llegar a
niveles insospechados, incluso en nuestras tabletas o smartphones que nos “hablan” como compañeros inseparables de
nuestra vida. En Metrópolis (1927) de
Fritz Lang, un científico crea una réplica robótica de una mujer que podría
iniciar la sublevación de unos obreros explotados vilmente. Dicha creación se
ve y habla como ella, pero es usada contra los intereses de aquellos
trabajadores a los que dicha lideresa defiende. Frankenstein (1931) de James Whale, relata la conocida historia del
doctor que, con pedazos de distintos cadáveres, crea una nuevo ser humanoide.
Ambos hombres de
ciencia juegan a ser dioses, y ese desafío sacrílego termina con la quema de
sus criaturas, lo que recuerda las hogueras de la Inquisición. El cine, en ese
sentido, ha concentrado la visión de una humanidad temerosa de su capacidad
para crear nuevas formas de vida. La robot de Metrópolis es el antecedente de otras películas en las cuales la
aparición de tecnologías inteligentes forma parte de un conflicto de poder,
como sucede en Alphaville (1965) de
Jean-Luc Godard, en la que un doctor manipula una ciudad a través de un sistema
de Inteligencia Artificial llamado Alpha 60, de voz fría y mecánica, y que contrasta con la del personaje de Anna Karina, quien
humanamente recita versos de Paul Eluard. Algo similar ocurre con la
computadora HAL 9000 de 2001, Odisea del
espacio (1968) de Stanley Kubrick, que se rebela ante la posibilidad de que
los ocupantes de la nave Discovery lo desconecten.
EL AMOR Y LAS MÁQUINAS
Sin embargo, HAL 9000,
a pesar que lucha por su supervivencia, se presenta con una voz puramente lógica
y racional. Más bien, en una serie de cintas de sensibilidad cyberpunk de inicios de los ochenta
aparecen personajes “tecnológicos” que se muestran más emocionales. En Blade Runner (1982) de Ridley Scott aparecen
los llamados “replicantes”, unos seres artificiales de conducta y apariencia
humanas que luchan por su libertad y reflexionan sobre sus propias condiciones
de vida. Aquella escena en la cual el protagonista interpretado por Harrison
Ford está a punto de caer desde lo alto de un edificio, muestra al replicante encarnado
por Rutger Hauer salvándole la vida, expresando a la vez fascinación por ella.
Una de las secuencias
más emotivas de Blade Runner es
aquella en la cual el personaje de Ford escucha una hermosa interpretación de
piano de la replicante Rachael (Sean Young), ante lo cual no puede resistir
besar sus labios, y ella expresa deseo por él mientras lo mira. Sin embargo, Videodrome (1983) expone una
sensibilidad maquinal que llega a niveles de erotismo duro. En una escena, Max
Renn (James Woods), dueño de un canal de televisión que padece de estados
alucinatorios, ve en la pantalla de su TV los labios de una irresistible mujer.
Así, el aparato se inflama, notándose en su superficie venas similares a las
humanas, y jadea con la voz de aquella fémina.
Por ello, el cine
encuentra en estos seres tecnológicos de reacciones humanas medios de placer,
que es lo que sucede con el “Gigolo Joe” (Jude Law) de Inteligencia Artificial (2001) de Steven Spielberg, un robot
dedicado a la prostitución y que es capaz de complacer de manera formidable a
sus clientas. Por su parte, David, el niño humanoide interpretado por Haley
Joel Osment, está más próximo a la visión de los replicantes de Blade Runner: un ser que muestra la
capacidad de expresar emociones aún más poderosas que las de los propios
humanos, iniciando una viaje de cuento
de hadas para reencontrarse con aquella madre que alguna vez lo adoptó como
reemplazo de un hijo que perdió.
ROMANCES DE BOLSILLO
En ese sentido, Her (2013) de Spike Jonze, a diferencia,
es la película que está más cerca de aquella visión de una tecnología “inteligente”
y “portátil” que experimentamos hoy en día con los iPhones y otros aparatos semejantes. Theodore (Joaquin Phoenix),
después de sufrir la ruptura de una larga relación amorosa, adquiere un sistema
operativo que se convierte en su nueva compañía: se llama Samantha, le habla
con la voz sensual de Scarlett Johansson, y llega a desarrollar emociones,
hasta el punto de enamorarse de él.
Esa calidez en la
relación que existe entre Theodore y Samantha se ve reflejada en esa dirección
artística de colores vivos, con un protagonista de bigote de otra época y gafas
vintage. La película está marcada por
una acabado visual hipster, pero que
plasma con tierno entusiasmo el romance entre el protagonista y su “máquina”,
como en aquella escena en que él la pasea juguetonamente en el bolsillo de su
camisa, al interior de un metro. Aunque, en un final poco convincente, se
reivindican las relaciones entre humanos y se muestra a aquel sistema operativo
casi de forma tan riesgosa o amenazante como un Alpha 60 o un HAL 9000.
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