lunes, 3 de marzo de 2014

Cine e Inteligencia Artificial: entre la razón y la pasión



A propósito del estreno de la película “Her” de Spike Jonze, ganadora de un Oscar, revisamos aquellas cintas en las cuales se muestran seres de inteligencia artificial con la capacidad de razonar e incluso amar. Esta es la versión "uncut" de un texto publicado ayer en el suplemento "El dominical" del diario "El comercio" titulado "Enamorados de las máquinas".


La Inteligencia Artificial abarca el sueño de ir creando no solo seres tecnológicos que razonen como nosotros, los humanos, sino que además puedan tener sentimientos, emociones, afectos.  Y el cine desde sus inicios ha sido espejo de esa fantasía que hoy parece empezar a llegar a niveles insospechados, incluso en nuestras tabletas o smartphones que nos “hablan” como compañeros inseparables de nuestra vida. En Metrópolis (1927) de Fritz Lang, un científico crea una réplica robótica de una mujer que podría iniciar la sublevación de unos obreros explotados vilmente. Dicha creación se ve y habla como ella, pero es usada contra los intereses de aquellos trabajadores a los que dicha lideresa defiende. Frankenstein (1931) de James Whale, relata la conocida historia del doctor que, con pedazos de distintos cadáveres, crea una nuevo ser humanoide.

Ambos hombres de ciencia juegan a ser dioses, y ese desafío sacrílego termina con la quema de sus criaturas, lo que recuerda las hogueras de la Inquisición. El cine, en ese sentido, ha concentrado la visión de una humanidad temerosa de su capacidad para crear nuevas formas de vida. La robot de Metrópolis es el antecedente de otras películas en las cuales la aparición de tecnologías inteligentes forma parte de un conflicto de poder, como sucede en Alphaville (1965) de Jean-Luc Godard, en la que un doctor manipula una ciudad a través de un sistema de Inteligencia Artificial llamado Alpha 60, de voz fría y mecánica, y que contrasta con la del personaje de Anna Karina, quien humanamente recita versos de Paul Eluard. Algo similar ocurre con la computadora HAL 9000 de 2001, Odisea del espacio (1968) de Stanley Kubrick, que se rebela ante la posibilidad de que los ocupantes de la nave Discovery lo desconecten.

EL AMOR Y LAS MÁQUINAS
Sin embargo, HAL 9000, a pesar que lucha por su supervivencia, se presenta con una voz puramente lógica y racional. Más bien, en una serie de cintas de sensibilidad cyberpunk de inicios de los ochenta aparecen personajes “tecnológicos” que se muestran más emocionales. En Blade Runner (1982) de Ridley Scott aparecen los llamados “replicantes”, unos seres artificiales de conducta y apariencia humanas que luchan por su libertad y reflexionan sobre sus propias condiciones de vida. Aquella escena en la cual el protagonista interpretado por Harrison Ford está a punto de caer desde lo alto de un edificio, muestra al replicante encarnado por Rutger Hauer salvándole la vida, expresando a la vez fascinación por ella.

Una de las secuencias más emotivas de Blade Runner es aquella en la cual el personaje de Ford escucha una hermosa interpretación de piano de la replicante Rachael (Sean Young), ante lo cual no puede resistir besar sus labios, y ella expresa deseo por él mientras lo mira. Sin embargo, Videodrome (1983) expone una sensibilidad maquinal que llega a niveles de erotismo duro. En una escena, Max Renn (James Woods), dueño de un canal de televisión que padece de estados alucinatorios, ve en la pantalla de su TV los labios de una irresistible mujer. Así, el aparato se inflama, notándose en su superficie venas similares a las humanas, y jadea con la voz de aquella fémina.


Por ello, el cine encuentra en estos seres tecnológicos de reacciones humanas medios de placer, que es lo que sucede con el “Gigolo Joe” (Jude Law) de Inteligencia Artificial (2001) de Steven Spielberg, un robot dedicado a la prostitución y que es capaz de complacer de manera formidable a sus clientas. Por su parte, David, el niño humanoide interpretado por Haley Joel Osment, está más próximo a la visión de los replicantes de Blade Runner: un ser que muestra la capacidad de expresar emociones aún más poderosas que las de los propios humanos, iniciando una viaje  de cuento de hadas para reencontrarse con aquella madre que alguna vez lo adoptó como reemplazo de un hijo que perdió.

ROMANCES DE BOLSILLO
En ese sentido, Her (2013) de Spike Jonze, a diferencia, es la película que está más cerca de aquella visión de una tecnología “inteligente” y “portátil” que experimentamos hoy en día con los iPhones y otros aparatos semejantes. Theodore (Joaquin Phoenix), después de sufrir la ruptura de una larga relación amorosa, adquiere un sistema operativo que se convierte en su nueva compañía: se llama Samantha, le habla con la voz sensual de Scarlett Johansson, y llega a desarrollar emociones, hasta el punto de enamorarse de él.


Esa calidez en la relación que existe entre Theodore y Samantha se ve reflejada en esa dirección artística de colores vivos, con un protagonista de bigote de otra época y gafas vintage. La película está marcada por una acabado visual hipster, pero que plasma con tierno entusiasmo el romance entre el protagonista y su “máquina”, como en aquella escena en que él la pasea juguetonamente en el bolsillo de su camisa, al interior de un metro. Aunque, en un final poco convincente, se reivindican las relaciones entre humanos y se muestra a aquel sistema operativo casi de forma tan riesgosa o amenazante como un Alpha 60 o un HAL 9000.     

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