Woody Allen se sigue imponiendo como el cineasta del déjà vu. Café Society sigue plasmando esas fijaciones del realizador por los actores que se convierten en su otro yo, por los tiempos perdidos y brillosos del Hollywood clásico, por los triángulos amorosos que incluyen a jóvenes que se enganchan con hombres maduros y narcisos, por esos diálogos de humor inteligente y a la vez de tono familiar, íntimo. En medio de ese gusto por la repetición, Jesse Eisenberg, con su verborrea entrecortada, es el cuerpo alargado y de apariencia frágil poseído por el espíritu de Woody, mientras que Kristen Stewart es la mujer que parece una muñeca de aura inmóvil, de belleza gélida e inasible. Por su parte, el personaje de Steve Carrel, es una figura que magnetiza, más que simples referencias, la apasionada memoria cinéfila en la divagan desde Rodolfo Valentino hasta John Ford.
En Café Society, Woody Allen no sólo mira el pasado con nostalgia, sino que convierte a la propia película en un espejo en el que se reconoce como un cineasta ajeno a cualquier posibilidad de quiebre o renovación, se siente como parte de un "nuevo" pasado. Sin embargo, más que arrugas, lo que encuentra en los encuadres es la marca de esa vitalidad por seguir haciendo cine, y que da lugar a que retrate a sus personajes, a pesar de sus "crímenes y pecados", como seres entrañables. Y eso lo logra no sólo con su ya conocido talento, sino con una fotografía de cromatismo cálido, de tonos que oscilan entre el amarillo y el ámbar, que resulta tan acogedora como cualquier película que vemos una y otra vez, sin cansarnos, a pesar que la sabemos de memoria.
Podrán leer la crónica completa del Festival de Cannes 2016 en el número 16 de la revista "Ventana Indiscreta", de próxima aparición.
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