EL
INTELECTUAL ITALIANO, QUIEN FALLECIÓ EL DÍA DE AYER, TIENE VARIOS LIBROS Y ENSAYOS SOBRE SEMIÓTICA, LA
DISCPLINA QUE SE DEDICA AL ESTUDIO DEL FUNCIONAMIENTO DE LOS SIGNOS. PARA ECO,
LOS SIGNOS POSEEN UNA RELACIÓN ESTRECHA CON LA MENTIRA. ESTE ARTÍCULO, PUBLICADO HACE ALGUNOS AÑOS EN "EL DOMINICAL" DEL DIARIO "EL COMERCIO", PARTE JUSTAMENTE DE ESA
AFIRMACIÓN PARA VER CIERTOS RASGOS DE SU OBRA SEMIÓTICA.
La semiótica es
la disciplina que estudia todo lo que puede usarse para mentir. Así define
Umberto Eco el proyecto científico que investiga los procesos de significación.
¿De qué manera los signos para el escritor italiano son una forma de mentira?
Veamos. Esta historia comienza allá por los años cincuenta.
Mientras realizaba
investigaciones sobre estética en la Universidad de Turín, pudo familiarizarse
con la obra de Charles Sanders Pierce, quien es, junto con Ferdinand de
Saussure, uno de los pilares de la formación de la semiótica como disciplina.
En 1964, Eco
publicó Apocalípticos e integrados,
que fue el libro que, según él, abrió su camino hacia los estudios semióticos,
en parte gracias al uso que realizó de algunos conceptos de Roman Jakobson
aplicados al análisis de la estética del “mal gusto”, el kitsch. No obstante, su primera gran obra semiótica es La estructura ausente.
MÁS ALLÁ DEL
REFERENTE
Entre otros
aportes, aquel libro de 1968 desmitifica la importancia del referente (ser u
objeto exterior al lenguaje al que remite un signo), al afirmar que
“cualquier intento de determinar lo que es el referente de un signo nos obliga
a definir este referente en términos de una entidad abstracta que no es otra
cosa que una convención cultural”. Por ejemplo, la palabra “gato” como signo no
se refiere a una mascota concreta en particular, sino a la idea que tenemos de
un gato (que es mamífero, que tiene lengua áspera, que es un buen cazador de
ratones, etc.); es decir, a la convención cultural que manejamos en relación a
ese animal.
En esa vía, vamos
descubriendo que para Eco la mentira de los signos consiste en que no remiten
exactamente a una realidad empírica. Esa perspectiva se amplía en Tratado de semiótica general, libro de
1976, en el que el semiólogo manifiesta que una expresión no señala un
referente, sino que más bien transmite un “contenido cultural”. De esa manera,
el significado de un signo no equivale a un objeto concreto.
Así, el escritor
italiano critica algunas ideas alrededor del icono, aquel signo que según
Pierce representa a un objeto por semejanza. Por ejemplo, la fotografía de una
casa es icónica en tanto designa por parecido a dicha construcción. Sin
embargo, ¿aquella imagen concentra las mismas propiedades de aquella casa? Por
supuesto que no. La fotografía puede ser una entidad digital, almacenada en una
cámara, mientras que la casa una elaborada con cemento y otros materiales. Para Eco, es un acto ingenuo pensar que un
icono pueda poseer las propiedades del objeto al que se refiere.
LA VERDAD DE LAS
MENTIRAS
Lector in fabula es un
ensayo de 1979 que retoma alguna de sus preocupaciones reflejadas en su libro Obra abierta (1962); y que también
cuestiona de alguna manera la relevancia de ciertos aspectos externos al
lenguaje en sí mismo. En el caso de los textos narrativos, más que el lector
empírico, real, lo que importa es el lector modelo,
es decir, aquel lector ideal, imaginario, al que busca llegar una obra según
sus propios rasgos.
Supongamos que
leemos un cuento que utiliza jergas peruanas. Esta narración tendría como
lector modelo o ideal uno que pueda comprender dichas jergas.
Sin embargo, siguiendo con el ejemplo, el lector real o empírico, a la vez, no
interactúa con el autor real del cuento, sino con el autor modelo, uno que imaginamos y que se deduce del propio relato y de
sus estrategias textuales.
Si leemos la
novela El nombre de la rosa de
Umberto Eco, no establecemos contacto con él, quien es la persona que creó
dicha obra, sino con una abstracción del escritor italiano. A dicha abstracción
la llamamos justamente autor modelo, y
todo lo que este autor “proponga” en la lectura de su prosa se desprende de las
características del texto y no de lo que exactamente pensó comunicar el autor
real. Por esa razón, el lector puede interpretar la novela de una forma que el autor
empírico jamás llegó a pretender.
En Seis paseos por los bosques narrativos (1996),
Eco (quien después seguiría demostrando sus preocupaciones semióticas en libros
como Kant y el ornitorrinco, de 1997)
habla de un pacto ficcional, expresión
con la que reflexiona sobre un autor que en su obra de ficción “finge” que
realiza una afirmación verdadera y un lector que también “simula” que lo
contado en dicha obra ha ocurrido en realidad.
Ese pacto de
artificio, de espejismo, es otro destello de la visión semiótica que tiene
Umberto del mundo y sus engaños.
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