Paterson y Loving son visiones singulares de Norteamérica. Mientras que la última película de Jim Jarmusch lleva al extremo su sensibilidad oriental en cuanto al retrato de una ciudad de New Jersey, la nueva entrega de Jeff Nichols hace una cuidada recreación escénica de la Norteamérica de fines de los años cincuenta del pasado siglo.
Lo oriental en Jarmusch no sólo ha estado presente en esos encuadres fijos que contemplan a seres que pueden estar viviendo momentos aparentemente intrascendentes, al estilo de Yasujiru Ozu, sino también en esos personajes que pueden asumir identidades de otras geografías, como el samurai interpretado por Forest Whitaker en Ghost dog. Paterson nos cuenta la historia de un poeta que trabaja como un chofer de bus, y nuevamente nos coloca ante tiempos muertos que concentran en el campo visual una vida simple y morosa. Lo interesante es que lo más vital para el protagonista es la escritura de sus versos, que se ven sobreimpresos en la pantalla y con imágenes de una catarata de fondo.
Dichos versos giran justamente sobre situaciones u objetos cotidianos, pero sobre ellos descansa la belleza de lo escrito. Que aparezcan las imágenes de las cataratas acerca la sensibilidad de los poemas a la de los haikus, que encuentran lo sublime en la mera contemplación de la naturaleza. Ello explica que un amante japonés de la poesía de William Carlos Williams, con quien entabla un diálogo sobre la literatura, intercalado de jocosas expresiones orales, lo estimule a seguir creyendo en la poesía a través de la gris realidad que Jarmusch esboza de modo fiel a su estilo.
El guion escrito por Jeff Nichols para Loving tiene todas las señales de estar demasiado pensado para ganar el Oscar. Tiene una historia reivindicatoria ante leyes de caracter discriminatorio, que fueron usadas para condenar el matrimonio entre personas de razas distintas. Es, pues, un guion con todas las fórmulas, todos los clichés, para alzarse con las estatuillas de la Academia. Sin embargo, está realizado y ejecutado por un buen director, quien logra narrar la película con una serenidad que no sólo está presente en esos cadenciosos trávelins que registran el tránsito clandestino de sus personajes, que escapan de las fuerzas de la ley, sino también en la actuación sensible y delicada de Ruth Negga y en la rocosa y contenida interpretación de Joel Edgerton, que mueve los músculos faciales como un Clint Eastwood silenciosamente enfurecido.
No hay en Loving un climax melodramático y apoteósico, por el contario, el conflicto narrativo se resuelve manteniendo esa calma con la que el encuadre observa paisajes verdosos y celestiales, mientras el paso lento del viento mueve el cabello de aquellos personajes que Nichols retrata con cariño.
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