Una de las experiencias cinematográficas más maravillosas que pude tener en mi vida fue ver "Los niños del paraíso" (1945) de Marcel Carné. Una experiencia aún más maravillosa es haberla visto nuevamente en una copia restaurada en DCP en una sala de cine. Pocas películas tan perfectas como ella, con sus personajes entrañables, como Frédérick (Pierre Brasseur), que oscila entre la galantería traviesa y la desfachatez premonitoriamente "punk", destrozando con encanto vulgar, al estilo de un Alfred Jarry, la puesta en escena de una acartonada obra de teatro; o Baptiste (Jean-Louis Barrault), con su vivaz plasticidad de mimo, que a la vez carga un halo de melancolía.
"Los niños del paraíso" es una película de sensibilidad barroca. Los actores interpretan a actores, y las ficciones que encarnan revelan las fronteras difuminadas que hay entre la realidad y la fantasía, sobre las cuales transitan. Por ello, no es casual que la cinta evoque a Shakespeare, y especialmente a "Otelo", obra escenificada por Frédérick, quien así representa las obsesiones amorosas que padecen los hombres hacia la bella figura de Garance (Artletty), retratada como una mujer venida de otro mundo, vaporoso y encantado.
Con sus más de tres horas de duración, una de las obras mayores del maestro del realismo poético francés posee una diálogos deslumbrantes, lúdicos y a la vez cargados de sabiduría vital, escritos por el poeta Jacques Prévert; además de numerosas escenas de antología, como aquellas en que Baptiste y Garance declaran su amor a través de imágenes de romanticismo ensoñado. Muchos de los pasajes de "Los niños del paraíso" además prefiguran algunas de las imágenes que aparecerán en obras de realizadores posteriores, que anteceden o conforman el cine de la modernidad. Cuando los personajes de Barrault y Arletty se reencuentran después de años en la misma habitación en que jugaron eróticamente a expresar su amor, viéndola tal cual como en el pasado, nos recuerda al Scottie que quiere sentir que está nuevamente en el mismo lugar en el que besó a Madeleine por última vez (imaginando que está cerca del carruaje de la misión española, a pesar que realmente está en el dormitorio de Judy Barton) en "Vértigo" de Alfred Hitchcock. El final carnavalesco de "Los niños del paraíso", además, nos trae a la memoria las clausuras de aura circense de algunos filmes de Federico Fellini. Ningún cinéfilo puede dejar de ver esta joya de Carné.
"Los niños del paraíso" es una película de sensibilidad barroca. Los actores interpretan a actores, y las ficciones que encarnan revelan las fronteras difuminadas que hay entre la realidad y la fantasía, sobre las cuales transitan. Por ello, no es casual que la cinta evoque a Shakespeare, y especialmente a "Otelo", obra escenificada por Frédérick, quien así representa las obsesiones amorosas que padecen los hombres hacia la bella figura de Garance (Artletty), retratada como una mujer venida de otro mundo, vaporoso y encantado.
Con sus más de tres horas de duración, una de las obras mayores del maestro del realismo poético francés posee una diálogos deslumbrantes, lúdicos y a la vez cargados de sabiduría vital, escritos por el poeta Jacques Prévert; además de numerosas escenas de antología, como aquellas en que Baptiste y Garance declaran su amor a través de imágenes de romanticismo ensoñado. Muchos de los pasajes de "Los niños del paraíso" además prefiguran algunas de las imágenes que aparecerán en obras de realizadores posteriores, que anteceden o conforman el cine de la modernidad. Cuando los personajes de Barrault y Arletty se reencuentran después de años en la misma habitación en que jugaron eróticamente a expresar su amor, viéndola tal cual como en el pasado, nos recuerda al Scottie que quiere sentir que está nuevamente en el mismo lugar en el que besó a Madeleine por última vez (imaginando que está cerca del carruaje de la misión española, a pesar que realmente está en el dormitorio de Judy Barton) en "Vértigo" de Alfred Hitchcock. El final carnavalesco de "Los niños del paraíso", además, nos trae a la memoria las clausuras de aura circense de algunos filmes de Federico Fellini. Ningún cinéfilo puede dejar de ver esta joya de Carné.
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