Ambas
son películas de estilos y búsquedas muy distintas. El nombre de la última cinta
de Eduardo Mendoza de Echave nos lleva a pensar justamente en un “evangelio”,
pero que no resulta ser la narración de un ser divino y mesiánico, sino de
personajes terrenales, mundanos y por eso mismo carnales. El largometraje
hilvana tres historias y las cruza de un modo próximo a como lo hace González
Iñárritu en cintas como “Amores perros”.
Son
los cuerpos los que definen a los personajes y a su destino trágico. Un policía
(Giovanni Ciccia) sufre un conflicto pasional, cuida la anatomía enferma de su
esposa, mientras fantasea con explorar la piel joven de una menor de edad; un
hombre avanzado en años (Ismael Contreras), culpable de la muerte de varias
personas en un accidente de tránsito, tatúa en su espalda la figura del “Señor
de los Milagros”, y a la vez trata de ingresar a la hermandad que adora dicha
imagen religiosa; un chofer de combi y barrista del club “Universitario de
Deportes” (Sebastián Monteghirfo), posee las marcas de su fanatismo deportivo,
con la “U” rapada en su cabeza, y carga con la culpa de tener a su “propia
sangre”, su hermano, en la cárcel, por hacerlo parte de algunas actividades de
su barra.
“El
evangelio de la carne” narra así el “vía crucis” de seres opacos, casi a la
deriva, y marcados por la culpa. Lo mejor de la película está en la fotografía
mortecina, de aire luctuoso, que envuelve a sus personajes marcados por la desgracia;
en la edición dinámica y vigorosa, que parece sacudirnos con esa misma fuerza
del destino que pone a los personajes al borde del abismo; en la consistencia
de varias actuaciones, como la de Ciccia y Contreras, pero también la de
ciertos personajes secundarios, que están formidables: Lucho Cáceres como un
policía de rudeza criolla (es muy bueno aquel momento, de humor tarantinesco,
en que dispara de casualidad a un personaje en la boca y su primer comentario
es algo así como “chucha, me buitreó”) y Cindy Díaz como una coqueta Lolita de
la avenida Wilson.
Sin
embargo, hay algunos aspectos en los que “El evangelio de la carne” muestra
serias debilidades expresivas. Hacia el final, la película se torna demasiado
enfática en su visión de una fortuna adversa, hasta el punto de tornarse absolutamente
previsible. La “mala suerte” de los personajes principales se siente tan
marcada, constante y evidente que uno siente ver, cerca al término del metraje,
una mera acumulación de escenas de desdicha. Sebastián Monteghirfo por momentos
parece olvidarse de su personaje. En ocasiones busca hablar como un chofer de
combi que le gusta decir “ya pe caushita”, en otro su dejo más bien parece el
de un muchacho miraflorino.
UNA COMEDIA HIPSTER E INFANTIL
“Rocanrol
68” de Gonzalo Benavente Secco, a diferencia, se aleja del tono aciago de “El
evangelio de la carne” y se presenta como una comedia teenager, de espíritu pop. Tres adolescentes piensan en cómo
conquistar chicas en el barrio de La Punta, año 1968. Los personajes masculinos
más importantes de la película reflejan la multiplicidad de referencias con las
que juega: Manolo (Sergio Gjurinovic) es el muchacho que aprecia su vida como
una fuera una película; Guille (Jesús Alzamora) es el chico obsesionado con el
rock; y Bobby (Manuel Gold) es el amigo de movimientos cómicos y bufonescos,
que parece salido de algún slapstick o
cartoon.
La
fotografía está dotada de tonos blanquecinos, como si imitara la calidad de
algunas viejas imágenes deterioradas por el tiempo pero guardadas con afecto.
Sin embargo, el largometraje enfatiza su carácter de artificio cinematográfico,
en tanto los personajes realizan constantes referencias al mundo contemporáneo,
en el que ya ha existido un presidente de raza negra en Estados Unidos y la mujer occidental ha
logrado una mayor independencia. Parte del humor de “Rocanrol 68” consiste en palabras
dichas con velocidad de screwball comedy,
y asociadas a lo distinta que es nuestra vida en comparación con aquella de
fines de los sesenta, pero también en el candor con que homenajea a películas o
músicos.
Cuando
vemos que aquellos personajes guardan silencio con Emma (Mariananda Schemp) y
se suspende el sonido de toda película, y que a continuación realizan un baile en
el “Tip Top” de la avenida Arenales, en clara referencia a “Banda aparte” de
Godard; o que Manolo, según lo que recuerdo, imita con lapiceros y cajas de
fósforo el “ballet” de cubiertos y panes que realiza Charles Chaplin en “La quimera
de oro”, notamos guiños cinéfilos que no son realizados con pose snob, sino con la misma ingenuidad que
uno siente en los protagonistas.
Algo
muy similar ocurre en los homenajes melómanos. El “maoísta” interpretado por Pablo
Saldarriaga trata de conquistar a Bea (Gisela Ponce de León) utilizando
carteles a la manera del Bob Dylan del video “Subterranean Homesick Blues”,
pero lo que vemos es un personaje que al costado de Bobby parece formar una
dupla animada, de movimientos cómicamente frenéticos, extraída de la Warner Bros. Por su
fisonomía y despliegue escénico, son una pareja absolutamente comparable con la
de “Pinky y Cerebro”. Por eso “Rocanrol 68” es una cinta de ambiciones modestas
pero que funciona como una buena comedia de entusiasmo hipster y a la vez infantil. En gran parte la película entretiene
por el carisma que transmiten la mayoría de sus personajes, y a pesar de alguna escena demás, como la de Aldo Miyashiro, que peca de cliché e innecesaria.
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