Las últimas películas del danés Nicolas Winding Refn y del iraní Asghar Farhadi son estilísticamente antagónicas. Una apuesta por el exceso y el artificio, la otra por la sencillez y la naturalidad, aunque ambas funcionan como juegos intertextuales, descienden hacia construcciones en abismo.
Cuando comienza The Neon Demon, vemos imágenes de composición exuberante, y un cuerpo que mezcla con la misma intensidad la belleza y la sangre. Son como la actualización de las estilizadas imágenes de giallos en la línea de Seis mujeres para un asesino de Mario Bava. Poco a poco, la geometría perfecta de los espacios, los filtros de colores violeta, rojo y amarillo, y la violencia extrema van dotando a la película de un manierismo brutal y encantado que recuerda a un clásico del terror como Suspiria de Dario Argento. El personaje de Elle Fanning, como Susy Bannion, aparece con alguna vestimenta que parece salida de un cuento de hadas, mientras que las modelos con las que compite, son como las brujas que aparecen en el filme italiano, dispuestas a vampirizar su cuerpo y alimentarse de él.
Winding Refn, como aquellas mujeres que saborean la belleza de la joven y hermosa modelo, también succiona y deglute ese imaginario de horror italiano con un soberbio manejo de la edición y de la fotografía, que también se acerca a un glamour videoclipero, y de una música con sintetizadores claramente inspirada en John Carpenter, abriendo así el telón hacia el infierno que esconde el mundo del modelaje. Al final, la película maneja un humor grotesco y delirante que pierde los estribos y hace perder algo de la gracia que The Neon Demon luce en su primera hora y media.
Un esposo busca vengar la agresión física sufrida por su esposa en The salesman. Farhadi intercala ese conflicto con secuencias de una obra de teatro, en la que ambos personajes trabajan como actores. Dicha obra es reflejada con una fotografía en clave baja, y transmite lo que la pareja oculta o no comunica abiertamente sobre aquel aciago hecho. Como ocurre en Hamlet, una puesta en escena se va convirtiendo en un medio de revelación de la verdad. Al igual que compatriotas suyos como Abbas Kiarostami o Jafar Panahi, el Farhadi de The salesman expone las mismas preocupaciones barrocas sobre las fronteras entre lo real y lo ficticio.
Un leve temblor del steadicam, que se concentra en los rostros de la pareja, así como algunos jump cuts, son los detonantes con los que Farhadi explota en los personajes una densidad humana impresionante. Lo metaficcional en The salesman se aproxima así a la tragedia shakespeareana, y las actuaciones, que van in crescendo hasta arrastrar a los personajes a una desgracia precedida de emociones encontradas y dilemas morales, alcanzan un poder cinematográfico sugerente, que nos deja pensando después de acabada la película hasta dónde pueden llegar las pasiones más bajas. A pesar de ello, la complejidad de los personajes compuestos por Farhadi es tal, que el bien y el mal, la luz y la oscuridad, conviven en ellos como un solo ser.
The salesman es de las películas que dicen mucho con poco. En esa conmovedora sobriedad, está su maestría.