El tercer largometraje de Carlos Reygadas representa una colectividad menonita,
caracterizada por su profunda y singular fe cristiana, en una localidad de
México. En medio de su cotidianeidad, apreciamos la vida de Johan, quien tiene
una familia conformada por Esther, su esposa, y varios hijos. El personaje
soporta un gran dolor por estar intensamente enamorado de otra mujer, Marianne,
contradiciendo así los mandatos religiosos de su comunidad.
La puesta en escena de Luz silenciosa (Stellet
licht, 2007) posee un rigor evidentemente sustentado
en aquello que Paul Schrader denominaba el estilo trascendental. Para el
director y crítico de cine norteamericano, aquel estilo consiste en la
revelación o expresión de lo Sagrado o lo Santo, aunque bajo una estructura
basada en tres fases que no necesariamente cumplen todas las películas que
tocan temas religiosos o afines: lo cotidiano, la disparidad y la estasis.
I. LO COTIDIANO
Lo cotidiano se basa en
plasmar minuciosamente en la pantalla los momentos banales o tediosos de la
vida. El empleo de un ritmo lento y del silencio son algunas de sus
características. No obstante, aquellos rasgos se justifican por prepararnos a
la súbita llegada de un hecho increíble, difícil de explicar o hasta milagroso.
Luz silenciosa representa lo cotidiano sobre todo en sus primeras secuencias:
la cena inicial en la casa de Johan, el baño de sus hijos en el estanque, entre
otras, fluyen a través de encuadres que se dilatan sosegadamente y que ante
todo representan la dimensión más trivial de la existencia de sus personajes.
No obstante, todo ello hará que la escena más sorpresiva del filme nos impacte
con una mayor potencia: la resurrección de Esther, que ocurre en la película de
pronto, sin explicación alguna.
La primera fase del
estilo trascendental en la cinta también deja entrever, en su propia esencia
visual, cómo es el día a día de Johan, el protagonista. La presentación de este
personaje en el comedor de su casa, mientras reza con su familia, se da a
través de una composición absolutamente simétrica. Aquel hecho es reemplazado
varios minutos después por su inconsolable llanto, cuando se queda solo en la
mesa. En ese sentido, la rigidez de la composición visual es también una
rigidez religiosa, aquella que le prohíbe sentir amor por una mujer que no sea
su esposa, de la misma forma en que lo obliga a repetir mecánica y diariamente
una oración antes de cada comida.
II. LA DISPARIDAD
A pesar de que lo
cotidiano en el cine apela a lo rutinario y previsible, poco a poco puede dar
señales de que algo desconocido o misterioso vive a través del medio ambiente.
Las escenas de exteriores se presentan a través de hermosas vistas panorámicas
de paisajes naturales, que acompañan a sus personajes realizando diversas
actividades. Sin embargo, la cohesión compositiva que caracteriza a la
representación del ser humano y su entorno evade cualquier afán esteticista,
porque lo que pretende es comunicarnos la unión que se trasluce entre ambos
elementos, sugerir de manera progresiva que en el fondo el hombre y la
naturaleza están enlazados como un solo ente, como unidad.
No es casual que se
incluyan secuencias en que lo artificial (creado por el ser humano) y lo
natural conviven armónicamente: aquella en que Esther corta espigas con la
máquina segadora, o esa otra en que los padres de Johan extraen la leche de las
vacas con procesos tecnológicos.
Esas señales
enigmáticas tienen que ver con la segunda fase del estilo trascendental: la
disparidad. Para Schrader, consiste en la sospecha que tiene el espectador de
que quizá exista algo más allá de la vida cotidiana, algo sobrenatural. Otro de
los momentos de la película que forma parte de este trayecto del estilo
trascendental, y que también plantea una intrigante relación de lo humano y lo
natural, es aquel en que Johan, después de haber tenido relaciones íntimas con
Marianne, ve una hoja de cedro rojo caer desde el techo de la habitación sin
que se sepamos el porqué.
La disparidad en el
estilo trascendental se cierra con la acción decisiva, descrita por Schrader
como “una explosión de emoción espiritual totalmente inexplicable dentro del
contexto de ‘lo cotidiano’… Hecho increíble que ocurre dentro de la realidad
banal y que debe ser entendido con fe”. Como en La palabra (Ordet) de Carl T.
Dreyer, cinta a la que Luz Silenciosa homenajea en su clímax, el filme exige
que aceptemos, sin que nuestra razón interceda, la resurrección de una mujer.
Una de las virtudes mayores de la cinta de Reygadas es citar una de las más
fabulosas escenas de la historia del cine sin hacer el ridículo. El mexicano,
como en Japón y Batalla en el cielo, demuestra una maestría a la hora de
confeccionar atmósferas místicas, que sugieren lo inaccesible, lo inefable, lo
inalcanzable: la trascendencia. Los cánticos funerales en el velatorio de
Esther, así como la limpieza ritual de su cadáver, hacen de la disparidad de
Luz Silenciosa un modo de hacer sentir lo inmaterial, de percibir una vibración
sacrosanta. Todo ello nos conmueve en tanto nos hace captar aquella energía
divina que realizará lo imposible.
La disparidad se basa
también en un sufrimiento profundo que se da en medio del conflicto del hombre
con un entorno gélido, falto de emociones. Johan y Marianne, tal como se nota
en su escena sexual, se encuentran afectados por una pena insondable y a la vez
unidos por un amor de espíritu adolescente (recordemos el intenso beso de ambos
en el monte, que recuerda uno de los apasionados ósculos de Gertrud de Dreyer),
que entra en conflicto con el orden que les impone su comunidad, implícito en
los diálogos que Johan tiene con su padre. Sus actos de infidelidad, en
palabras de este último, son “obra del maligno”.
Independientemente de
ello, la disparidad termina siendo más importante en Marianne, la amante, que
en Johan. Este personaje femenino, que hacia el final de la película se
convierte en la encarnación de lo Santo al realizar el milagro de resucitar a
Esther, es presentado casi como un elemento más de la naturaleza. Antes que
aparezca por primera vez en la cinta, Johan busca encontrarse con ella subiendo
por las rocas de un monte, un acto que se asemeja a un proceso de ascensión, de
subida vertical, como en dirección hacia el cielo. Al tenerla de frente, el
encuadre se ve impregnado por marcas lumínicas que parecen reflejos solares,
vueltos a ver sólo en la secuencia final, cuando Marianne ya hizo el milagro y
vemos que el sol que emergió al comienzo del filme pronto desaparecerá. En ese
sentido, la amante es configurada como una presencia de reminiscencias
astrales.
Eso explica que
momentos antes del milagro, mientras encuentra a Johan desconsolado, Marianne
alce la mano para cubrirse de la intensidad del sol, lo que hace que su palma
reciba por varios segundos sus rayos. La película invita a pensar que la
energía que ha captado Marianne del astro rey es la que finalmente desencadena
que con su beso Esther vuelva a la vida. Luz Silenciosa apela a una serie de arquetipos
sobre el carácter simbólico de los elementos que componen o acompañan el mundo.
El sol, como sabemos, es comprendido a través de muchas culturas ancestrales
como una estrella sagrada. Por ejemplo, en una de las cartas del Tarot (imagen
de arriba), aparece iluminando dos niños gemelos y un espacio abierto, imagen
que algunos han interpretado como la capacidad que tiene la energía divina y
reinante del sol para afectar el rumbo de todos los fenómenos que habitan la
naturaleza, sin distinción.
La película sacraliza
la figura del sol y su luz silenciosa, no asociada con ruido alguno en todas
las escenas en que aparece. Su luminosidad puede hasta dar lugar a que una
mujer resucite a otra. Por extensión, sacraliza a Marianne. El sol se retira
hacia el cierre del filme justo después de que ella se marcha del velatorio.
Marianne actúa en compás del sol. Por eso, es una santa, aunque no en los
términos de la creencia religiosa menonita. En la ya citada escena de alcoba,
la amante no reniega de su carnalidad. Se lamenta por el daño que ella y Johan
le hacen a Esther, pero manifiesta con total espontaneidad que huele a sexo y
que no se arrepiente de nada. En ese sentido, Marianne se convierte en santa a
pesar de la relación extramarital con Johan y de la similitud de su nombre con
el de la madre de Cristo, la Virgen María.
La santidad en Luz
Silenciosa no equivale a religiosidad. No se ciñe a ninguna clase de dogma o
doctrina. Simplemente brota de la propia naturaleza y atraviesa lo humano. En
la secuencia en que Marianne besa la boca del cadáver, vemos que lo hace
colocada desde el lado izquierdo del cuerpo de Esther, en oposición a los besos
de despedida que previamente hicieron los allegados a la muerta; dados,
siguiendo las normas de su prédica, desde el lado derecho.
Otro detalle
interesante en la acción decisiva de Luz Silenciosa es que los niños asumen con
normalidad la resurrección de Esther, su madre, al igual que los que acompañan
a John, el “loco” que se cree el hijo de Dios y que con sus frases da lugar a
que el personaje muerto reviva, en La palabra de Dreyer. En la película de
Reygadas la visión de los infantes tiene un acento feérico, que evoca el
imaginario de los cuentos de hadas. ¿Acaso Marianne no hace lo mismo que el
príncipe de La Bella Durmiente, despertar a una mujer con un beso? En una
escena anterior, algunos de los hijos de Johan coincidentemente escuchan una
explicación de la situación mortuoria de Esther por parte de un personaje
adulto: morir es como dormir para siempre. Ambas películas colocan al
espectador en una cierta posición infantil: aceptar sin condiciones la
posibilidad de lo mágico, el fenómeno milagroso, los indicios de lo
trascendente.
La disparidad de Luz
silenciosa también es temporal. Se asienta justo después del llanto de Johan en
su comedor, cuando sube a parar la marcha de su reloj de pared. A la mitad de
la película, aparece un nuevo encuadre que indica que el reloj sigue sin mover
sus manecillas y su péndulo. Cerca al final de la cinta, cuando Esther ya ha
resucitado, vemos que el padre de Johan sube a intervenir aquel mismo reloj,
para hacer que siga funcionando de manera sincronizada con el suyo. En todo el
lapso que abarca los diversos signos de la disparidad, y que culminan con la
acción decisiva, aquel aparato, que representa un tiempo humano (inmanente), se
paraliza para hacernos experimentar otro tiempo, el de lo divino, lo sagrado,
lo deífico (trascendente), que finalmente permitirá que Esther resurja entre
los muertos.
III. LA ESTASIS
Schrader define la fase
tercera y final del estilo trascendental, la estasis, como una mirada reposada
y casi estática de la vida que trasciende la disparidad. Muestra de qué manera
el ser humano vuelve a ser unidad con la naturaleza, cómo devienen en una sola
entidad. Por ello, lo que rodea al hombre deja de verse de la misma manera,
convencionalmente.
En esta etapa, Luz
silenciosa está más cerca de Yasujiro Ozu que de Dreyer. A través de cintas
como Cuentos de Tokio o Primavera tardía, algunos personajes, por medio de un
silencio casi absoluto, se ven finalmente conectados a un entorno como si
fueran un solo ser con él. Lo mismo ocurre con lo humano y su medio ambiente en
la película de Reygadas. El mexicano, como el cineasta japonés, impone una
visión próxima al budismo, a través de la cual no cabe la separación
humanidad/naturaleza, sino lo contrario: la fusión del ser humano con todo lo
que está a su alrededor. Como ya lo habíamos señalado, Marianne se marcha del
velatorio, una vez acometido el milagro, como preludio a la ida del sol en la
secuencia final de la película. Ella se va con él. Marianne es humana pero se
convierte en un elemento más de la unidad de la naturaleza. El astro silente
(justamente, el budismo zen no se sujeta a lo verbal, a las palabras), que
aparece al comienzo de la película, ya adquiere otro sentido en los momentos
finales de la cinta, cuando desaparece. Alcanza uno místico y por lo tanto
trascendente.
En el libro en que Paul
Schrader teoriza sobre aquel “método” de hacer cine, “El estilo trascendental
en el cine: Ozu, Bresson, Dreyer”, cita a Jacques Maritain, autor del libro
“Religión y Cultura”, para destacar cómo en este estilo de dirigir películas se
pasa de los medios de lo abundante (vinculados a lo práctico, a lo físico, a lo
sensitivo) a los de lo precario (la elevación espiritual a través de la
carencia de aquellos otros medios). Ese es justamente el flujo de Luz
Silenciosa, empieza con la carne sufriente, con la erotización de los cuerpos,
con el ser humano aprovechando los bienes naturales[1], y es finalizado de
manera minimalista, con el ocultamiento del sol y una vista celestial: las
estrellas que refulgen en una oscura noche, reveladora y misteriosa a la vez.
[1] Valga precisar que
uno de ellos es la leche ordeñada, que aparece en una escena ya comentada en
este texto. El líquido elemento de las vacas en muchas culturas ha sido un
símbolo de la fecundidad. ¿Acaso este símbolo no tiene que ver con el hecho de
concebir la naturaleza como un medio dador de vida, sólo que a través del
cuerpo de Marianne, que entró en contacto con los rayos vivificantes del sol?
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