viernes, 18 de julio de 2014

La pasión según Truffaut



François Truffaut, más allá de sus aportes cruciales a la Nueva Ola Francesa, un movimiento que cambió el cine para siempre, posee una obra sensible, inolvidable y universal. En el ciclo "La gran guerra" que se proyecta en la sala de cine "La Ventana Indiscreta" de la Universidad de Lima y la Filmoteca PUCP, se proyecta su clásico "Jules y Jim", un buen pretexto para apreciar rasgos esenciales de sus filmes.

Truffaut fue un hombre definido por la pasión. Aquella que lo llevaba de adolescente a intentar ver tres películas al día y leer más de dos libros en una semana. Aquella que lo hizo crear y mantener un cine club, con problemas que lo terminaron dejando encarcelado en una comisaría. Aquella que lo condujo a escribir en la revista “Cahiers du cinéma” en el año 1954 su ensayo Una cierta tendencia en el cine francés (Une Certaine tendance du cinéma française), uno de los textos fundacionales de la Nueva Ola Francesa, por su crítica radical hacia ese cine de qualité, centrado en fastuosas reconstrucciones de época y en una estandarización en sus formas de realización. Él propuso a cambio una “política de autores”, que reivindicaba la visión personal del director, su estilo propio, a través de su puesta en escena.  

Sus ideas lo llevaron junto a Jean-Luc Godard, Claude Chabrol, Eric Rohmer y Jacques Rivette, también colaboradores de “Cahiers du cinéma”, a dejar la pluma y, en gesto iconoclasta, tomar la cámara de cine, para dar forma a la Nueva Ola Francesa. Su opera prima, Los cuatrocientos golpes (1959) fue justamente el primer gran triunfo del movimiento, al alzarse con el premio a mejor director en el Festival de Cannes. Su ahora célebre filme aglutina muchos de los puntos de quiebre de la nouvelle vague con el cine francés que se hacía hasta ese momento: decorados naturales, personajes marginales, austeridad de recursos, actores no profesionales; mostrando así una clara inspiración en el neorrealismo italiano. Pero ante todo, la cinta convierte a Truffaut en un autor, con esa mirada a la condición de desesperanza de la infancia desfavorecida por la sociedad; resumida en aquella hermosa y sobrecogedora secuencia final, en la que un travelling lateral se prolonga por varios minutos para seguir el escape del pequeño protagonista de un centro de reclusión, hasta quedar en la soledad más absoluta e implacable.


TRUFFAUT COMO AUTOR
Lo que vino después fue la conformación de una obra inconfundible, numerosa y pródiga en clásicos. ¿Cómo definir el cine del director de Los 400 golpes? Sus películas, con un afecto marcado hacia el cine norteamericano (Alfred Hitchcock, Nicholas Ray, Ernst Lubitsch, etc.) y a directores europeos como Vigo o Renoir, fluctúan entre el melodrama, la comedia y el thriller, aunque la mayor de las veces hagan que sus límites se diluyan. Sus protagonistas suelen estar inmersos en situaciones que van en contra de la moral y las buenas costumbres, de la autoridad y del orden imperante: asesinan, roban, conspiran, mienten, traicionan, y pueden llegar incluso hasta el suicidio.  

Sin embargo, la magia de las películas de Truffaut está en que logra compenetrarnos con esos personajes que pecan una y otra vez. Y es que sus héroes no parecen tener la conciencia de un adulto, sino la de un niño. Los personajes que la actriz Jeanne Moreau interpretó  en Jules y Jim (1962) y La novia vestía de negro (1967) son unas femme fatal más próximas al pueril romanticismo que al cálculo frío y cerebral. En la primera película, Catherine desea estar con su esposo Jules y su amigo Jim a la vez casi por un arranque de engreimiento, y sus deseos de morir al lado de Jim parecen ser producto de una rabieta por sentirse rechazada; en la segunda, Julie asesina a cada uno de los implicados en la muerte de su amado, porque afirma, entre lágrimas, que él fue el amor de su niñez, el “príncipe azul” que le envió el destino. En Domicilio conyugal (1970), Antoine Doinel, casi como jugando, comete un adulterio; pero una vecina calma a su esposa al decirle que “los hombres son como niños”. La infidelidad, por ello, termina siendo perdonada.

UN LENGUAJE DE LA PASIÓN
Los personajes protagónicos y adultos del francés son infantiles, y no es casual que algunos títulos suyos, como su primer largometraje y clásicos como El niño salvaje (1970) y La piel dura (1976), tengan a niños en roles principales. Pero más allá de géneros y edades, ellos, ante todo, son movidos por emociones y sentimientos profundos, que los hacen tiernamente amorales. François Truffaut, en armonía con su personalidad, fue un cineasta de la pasión, y pudo realizar, cerca al final de su carrera, una de las más brillantes películas sobre el amor loco, irracional, fou hechas alguna vez en la historia del cine: La mujer de al lado (1981).


A pesar que la pareja interpretada por Gérard Depardieu y Fanny Ardant (la última pareja que tuvo el realizador hasta su muerte en 1984 por un tumor cerebral), casada con personas distintas, mantiene un romance desbordante, turbulento y fatal, la puesta en escena representa el estilo característico de Truffaut: una narración serena y depurada, contenida y precisa, ajena al juego artificioso con el lenguaje audiovisual (lo que lo opone a Godard). Cada recurso utilizado en La mujer de al lado se articula a la perfección: el encuadre fluido, el montaje alterno (en aquella formidable secuencia en que ambos se llaman simultáneamente por teléfono), los diálogos sentimentales pero sutiles, y la música de acordes hitchcockianos de Georges Delerue, su habitual colaborador, que con un tempo pausado, de un leve in crescendo, musicaliza una marcha de amor exaltado hacia la muerte.  

Incluso cuando las películas de Truffaut presentaban una fotografía más estilizada, se creaba un clima de contención. Con el director de fotografía Néstor Almendros, podía estar contando la historia de un triángulo amoroso que rompe muchos tabúes de la época en que se ambienta (Las dos inglesas y el continente -1971-) o de una mujer mitómana y trastornada por el amor (La historia de Adele H. -1975-); no obstante, esos marrones, ocres y azules en tonos medios, característicos del español, le daban al cineasta esa sutileza que siempre ha impregnado su puesta en escena.

LOS LIBROS Y LAS PELÍCULAS
François Truffaut también fue el cineasta de la pasión por su amor a los libros. Su obra está llena de referencias a escritores y personajes literarios: Antoine Doinel le prende velas a su adorado Balzac como si fuera un santo en Los 400 golpes; Montag, un bombero dedicado a la quema de libros en un lejano futuro, se rebela contra la sociedad por los sentimientos que le despierta la literatura en Fahrenheit 451 (1965); el maduro Pierre Lachenay puede mantener un amor furtivo con una bella azafata (Francoise Dorleac) gracias a los viajes que hace por su fama como escritor en La piel suave (1964). Los personajes de Truffaut pueden emprender aventuras emocionales proscritas gracias a los libros. Son como sus fieles cómplices

Y si algo también caracteriza a las películas de Truffaut es su afecto sublime por el séptimo arte. En pasajes de su obra, de pronto, podemos encontrar diálogos que hacen referencia a John Wayne, un comediante que parodia textos de El año pasado en Marienbad de Alain Resnais o personajes o escenas abiertamente inspirados en el imaginario de Alfred Hitchcock (sobre quien hizo el libro “El cine según Hitchcock”). El cineasta llegó al punto de dedicarle a su oficio una de las más emblemáticas cintas de cine dentro del cine, de construcción en abismo, que se hayan hecho: La noche americana (1973). Truffaut fue uno de los directores que dio lugar a que el cine contemporáneo tenga esa impronta metalinguística, plagada de homenajes, citas y guiños cinéfilos.

El realizador francés siempre será recordado como uno de los responsables de que el cine pueda llegar a convertirse en una experiencia intensa y entrañable*.

*Texto originalmente publicado en el suplemento "El Dominical" del diario "El Comercio" (11 de febrero del 2007)



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